El cambio del diseño institucional del INTA es una puerta abierta hacia su irrelevancia y su destrucción.
Por Luis Rappoport
Para Clarín
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Douglass North, premio Nobel de Economía de 1993 inició el “nuevo institucionalismo económico”, corriente a la que adhieren Acemoglu, Johnson y Robinson que recibieron el premio Nobel del año pasado.
Ese enfoque hace eje en las normas (formales e informales) de una sociedad y en los organismos que se crean en virtud de esas normas. También, del funcionamiento de los organismos, que a su vez se ordenan (o desordenan) con sistemas normativos. Su enfoque pone atención en los incentivos que reciben los actores de la política y de la administración pública.
Así, por ejemplo, Douglas North dice: “… las características del mercado político son la clave esencial para entender las imperfecciones de los mercados (…) La clave son los incentivos que enfrenta el político…”.
Esta corriente de pensamiento analiza los comportamientos de los actores políticos y económicos, en virtud de sus incentivos.
Siguiendo esa línea de razonamiento, el diseño institucional del INTA venía siendo un rara avis para un país como la Argentina, poco respetuosa de las instituciones y con políticos que, en buena medida, diseñan las instituciones para su beneficio o el de sus allegados, o son ignorantes que ni se imaginan los incentivos que generan.
Son muchas las originalidades que venía teniendo el INTA, la primera, y más importante, era su autonomía. Con un Consejo Directivo, donde convivían con autoridades nacionales, representantes del sector productivo y de las Facultades de Agronomía y Ciencias Veterinarias.
En el balance, los políticos no tenían mayoría. Otra originalidad era que había, regularmente, concursos internos para ascender en los cargos de decisión, y esos cargos no eran permanentes, estaban sometidos a nuevos ciclos de concursos. Se premiaba el mérito y la formación profesional.
Había otras originalidades, pero -en honor a Douglass North- me pareció importante detenerme en esas dos, de carácter institucional. Su modificación constituye el pequeño detalle que afectará al agro argentino.
¿Qué incentivos tiene la dirigencia agropecuaria que venía estando en el INTA?: que el agro produzca más y mejor. Adicionalmente, por el marco institucional de la actividad agropecuaria, sus representantes en el INTA estaban sometidos a la vigilancia de sus pares, los productores. Productores que, a su vez, tienen como principal preocupación producir más y mejor. O sea, por su propia conveniencia están alineados con los intereses de la Nación.
¿Qué incentivos tienen los representantes de las Facultades?: la excelencia científica, basada en la investigación. También están sometidos a la vigilancia de sus pares y, adicionalmente, de los alumnos. Se les complicaría hacer papelones.
Los políticos pueden seguir otra lógica: por ejemplo, llenar el organismo de ñoquis fieles que puedan difundir sus ideas y sus intereses en relación con el sector agropecuario.
Aunque en minoría, durante el período kirchnerista consiguieron meter un buen número de adictos en el área de extensión para hacer proselitismo entre los productores. Por esa vía afectaron los presupuestos de investigación y experimentación. Pero pudieron presionar al Consejo Directivo hasta un cierto punto, tuvieron límites: no pudieron destruir la esencia de la organización.
Es posible que Federico Sturzenegger sea un buen tipo, y que su jefe, el Presidente, sea incorruptible. Pero ninguno de los dos leyó a Douglass North ni entienden, hasta qué punto, lesionaron el sistema de incentivos con la nueva estructura funcional del INTA.
Probablemente crean -como más de un político- que ellos, con sus buenas intenciones, van a durar eternamente en el poder. Lo cierto es que, como todo el mundo sabe, eso no es así. Y las futuras autoridades de este organismo “desconcentrado” no van a tener los incentivos -y los límites- del INTA de ayer. Desde ya, tienen el incentivo de “defender su nuevo podercito”, y su preocupación puede no ser la de los productores agropecuarios ni la excelencia en la investigación aplicada al agro.
Los futuros funcionarios tendrán un espectro amplio de opciones, quizás respondiendo a sus intereses políticos o económicos, como los Kirchner.
Obviamente hubo y habrá funcionarios intachables, cuyos incentivos morales estén por encima de cualquier duda. No hace mucho uno de ellos, además de proteger la producción y la investigación incorporó a su agenda la industrialización de la producción primaria, tratando de poner a la Argentina en la primera línea de la bio economía.
Pero al cambiar los pesos y contrapesos del consejo directivo del INTA, el organismo entra en una zona de azar. Se terminaron las certezas basadas en el diseño institucional del organismo.
Puede haber políticos probos, pero puede haber de los otros, porque sus incentivos institucionales ya no están necesariamente alineados con los intereses de la producción agropecuaria y, en definitiva, con los intereses del país.
El cambio del diseño institucional del INTA es un detalle, pero no es un “pequeño” detalle: es una puerta abierta hacia su irrelevancia y su destrucción. El orgulloso agro argentino enfrenta el peligro de perder un instrumento clave de su competitividad.