Emmanuel Mouret, responsable de 'Crónica de un amor efímero', dirige a las espléndidas India Hair, Camille Cottin y Sara Forestier en esta comedia dramática que recuerda al mejor cine de Woody Allenen la que se dirime, entre otros asuntos, qué es más importante, conservar una amistad o sucumbir a un amor sin garantías.
Por Sergi Sánchez
Para Fotogramas
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"Nadie, ni siquiera la lluvia, tiene las manos tan pequeñas". Este hermoso verso de E. E. Cumming, que cumple un papel crucial en la trama de 'Hannah y sus hermanas', ¿de quién habla? ¿Del objeto amoroso, o del amor, así, en plano general? ¿O acaso del deseo? En el cine de Emmanuel Mouret, como en el mejor Woody Allen, el deseo es lo que ocurre entre una línea de diálogo y la siguiente, entre la formulación de un pensamiento (una fantasía) y los efectos de su ejecución. Y el amor es, también, esa lluvia, esas manos tan pequeñas, capaces de hacer malabares con las emociones propias y ajenas para al final calarnos hasta los huesos. Recordamos esa frase, y aquella obra maestra de Allen, porque en 'Tres amigas' parece revisitarla, imbuida del espíritu de Chéjov, y tal vez de un Bergman ligero y juguetón, para acompañar a tres amigas en sus rupturas y enamoramientos, en las traiciones mutuas y en los autoboicoteos, en la costumbre de quedarse colgadas del hombre equivocado o de rechazar al hombre perfecto en nombre de un ideal.
Relaciones afectivas
A los que admiramos sus dos joyas sobre la naturaleza esquiva del amor, las magníficas 'Las cosas que decimos, las cosas que hacemos' (2020) y 'Crónica de un amor efímero' (2022), no nos sorprenderá que los talentos más llamativos de Mouret –su predilección por la transparencia del plano secuencia, una excelente dirección de actores, unos diálogos de una fluidez y una agudeza extraordinarias– sigan intactos en 'Tres amigas'. Puede que otros echen de menos algo de novedad en sus ideas sobre las relaciones afectivas, aunque aquí añade la ausencia presente (un fantasma) de un personaje capital como principal aporte de melancolía, y una reflexión, de apariencia liviana y vaporosa pero con cargas de profundidad, sobre qué es más importante, conservar una amistad o sucumbir a un amor sin garantías. A veces parece que Mouret se tome a la ligera los daños colaterales que producen el desamor o el adulterio en los que más queremos, como si la película, en su dimensión de aburguesada comedia humana, fuera más frívola de lo que le gustaría admitir. Sin embargo, toda ella está atravesada por un sentimiento de fragilidad y vulnerabilidad, por la sensación de que toda felicidad se derrama fácilmente en una gota de aquella lluvia pequeña que imaginaba el poeta, y que, con ella, llovemos, amamos y dejamos de amar.
Para los que aman las razones del corazón.