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Opinión y Actualidad

Una peligrosa pelea en la cima del Gobierno

La disputa entre el Presidente y su vice es la consumación del divorcio entre dos personas que, en el fondo, piensan muy distinto.

16/07/2025

Por Joaquín Morales Solá
Para La Nación

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Es difícil imaginar a Victoria Villarruel urdiendo una conspiración para tumbar del poder a Javier Milei y hacerse ella de la poltrona presidencial. Al revés, algunos sectores del propio mileísmo señalan que la vicepresidenta es “demasiado institucionalista” en el manejo del Senado, que le corresponde presidir. Tampoco es una ciega política, como para negar que el Presidente cuenta con un considerable nivel de simpatía popular;  es un momento, en verdad, que no le permite imaginar a nadie sensato  que Milei desbarrancaría antes de concluir con su actual mandato. Sin  embargo, otras fuentes oficiales aseguran que la vicepresidenta se  reunió con empresarios y con dirigentes políticos, y que en esos  encuentros se manifestó dispuesta a hacerse cargo del gobierno si el  jefe del Estado no pudiera llegar al final constitucional de su gestión.  

Milei aludió más a esas supuestas reuniones conspirativas que a otra cosa cuando calificó a Villarruel de "traidora", aunque no la nombró. Nadie escuchó decir a la vicepresidenta semejante disparate sobre el  destino del Presidente, pero es probable que este haya sido “informado”  por los servicios de inteligencia

Eduardo Duhalde suele contar, después de su paso por la jefatura del Estado, que el  establishment de los servicios de inteligencia le cuenta al presidente lo que el presidente quiere escuchar. Es la manera de perdurar que los espías saben trabajar muy bien.

Sea  como fuere, lo cierto es que una vez más la Argentina política se  entretiene con las disidencias entre quien ejercer la jefatura del  Estado y quien desempeña el cargo de vicepresidente de la Nación. Son  las dos máximas figuras en el escalafón de la república. Sucedió casi  siempre, y casi siempre disimuladamente, en los 40 años de democracia  (con la excepción de la fórmula Mauricio Macri-Gabriela Michetti porque nunca trascendió, al menos, que haya habido discordia entre ellos), aunque los dos casos más resonantes fueron los de Fernando de la Rúa y Carlos “Chacho” Álvarez, por un lado, y el de Cristina Kirchner y Julio Cobos, ocho años más tarde. 

La  renuncia a la vicepresidencia de Álvarez terminó precipitando la  prematura dimisión de De la Rúa a la presidencia, 15 meses después. La  decisión de Cobos de desempatar para rechazar la resolución 125, sobre  aumentos a las retenciones de la soja –tema en boga ahora, 17 años más  tarde–, significó una seria derrota política, la primera también, de la  entonces presidenta de la Nación. 

Si  recordamos bien, los presidentes y vicepresidentes conocieron el  traspié y el fracaso después de armar un escándalo institucional de  monumentales dimensiones. De la Rúa y Álvarez se alejaron de la vida  política activa luego de aquel entrevero entre ellos; Cristina Kirchner y  su marido fueron seriamente derrotados en las elecciones legislativas  de un año después, en 2009, y Cobos nunca volvió a brillar en el  firmamento político, aunque conservó –y conserva– cargos legislativos  nacionales. Más allá de quién haya tenido la razón en cada caso,  que será siempre una opinión subjetiva, la gente de a pie no les  perdonó que hayan roto la sociedad entre ellos que propusieron en las  elecciones presidenciales.

Todas  las versiones cercanas a Villarruel sostienen que ella se dio cuenta  hace rato de la situación terminal de su relación con Milei, y que  inclusive esa certeza la llevó a cambiar drásticamente su entorno en los últimos dos meses. El equipo que la rodea ahora tiene algo (o  mucho) de las ideas que, al parecer, son las de la vicepresidenta. Una  parte viene del sector conservador de la Iglesia católica; otra parte viene del peronismo más tradicional (no kirchnerista), y una última parte pertenece al universo de los militares retirados. Uno de ellos, con un cargo en el Senado, fue estrecho colaborador del exjefe del Ejército, César Milani. 

Villarruel  tuvo siempre un discurso en el que reclamó que se analizara la sangría  de los años 70 en su verdadera amplitud y que no se escondieran, como lo  hizo el kirchnerismo, las tropelías de los grupos armados insurgentes.  Hija, nieta y sobrina de militares, la vicepresidenta sintió un intenso  cariño por su padre, el teniente coronel retirado Eduardo Villarruel,  un héroe de la guerra de las Malvinas que participó también de la  represión en Tucumán de los alzamientos subversivos. El padre de la  vicepresidenta murió en 2021, víctima de Covid, prácticamente en brazos  de su hija, quien se internó junto con él en una clínica de Santa Fe. 

Es probable, por otro lado, que Villarruel esté buscando en el peronismo un ámbito donde continuar su carrera política;  el peronismo es ahora, ya con Cristina Kirchner presa, una fuerza  política sin liderazgo y sin norte. Está claro que tanto Milei como  Villarruel llegaron a la conclusión de que no existe un destino que los  una a ellos en el futuro. Pero ninguno de los dos piensa renunciar por  eso a la vida política. 

En casi todas las encuestas, las tres figuras políticas más populares del país son Milei, Patricia Bullrich y Villarruel,  aunque el segundo lugar suele estar disputado entre las dos mujeres;  una de ellas, Villarruel, lo acompañó a Milei desde los principios del  mileísmo, y la otra, Bullrich, se sumó a las filas del Presidente solo  luego de haber sido derrotada por este y por Sergio Massa en la primera  vuelta de las elecciones presidenciales de 2023. 

El problema es que ahora Bullrich es mucho más mileísta que Villarruel.  El conflicto podría agravarse si fueran ciertas las versiones de  importantes sectores del mileísmo que aseguran que Bullrich será la  candidata en la Capital a senadora nacional del gobierno de Milei en las  elecciones legislativas del próximo octubre. ¿Cómo convivirán esas dos mujeres en el Senado el año próximo? No hay respuesta, salvo que las aguardarían dos años trabajando muy  cerca cuando Bullrich se ha despachado en los últimos días de la peor  manera contra la vicepresidenta. ¿Intentará Villarruel en 2027 una  candidatura presidencial por fuera del mileísmo? “Hablar de 2027 es  perder el tiempo; nadie sabe qué puede suceder en la Argentina durante  semejante cantidad de tiempo”, dicen al lado de la vicepresidenta. Ni sí  ni no, entonces.

La discordia de los  últimos días se refirió a si la vicepresidenta debió estar presente –o  no– en la reunión del Senado en la que se aprobaron proyectos de ley que  afectarán el superávit fiscal, y a si esa reunión fue legal o no. 

Una  es la mirada estricta del reglamento; desde ese punto de vista, la  reunión fue legal más allá de si sus resoluciones fueron buenas o malas.  En las reuniones preparatorias del Senado, en febrero pasado, el cuerpo  estableció que las sesiones ordinarias del plenario del cuerpo se  realizarán los miércoles y jueves a las 14 horas. La reunión del jueves último era, por lo tanto, una reunión ordinaria,  que no necesitaba de los votos de los dos tercios del cuerpo para  tratar los proyectos que tuvieran dictamen de comisión. Por eso, la  reunión fue legal. 

¿Debió estar  presente Villarruel? La respuesta depende de desde dónde se miren las  cosas. Si el reglamento se cumplió y la oposición consiguió el quorum necesario,  la vicepresidenta estaba en condiciones de presidir la reunión sin  traicionar a nadie. Si se observa su decisión desde la política, la  respuesta es más relativa. El resultado de las votaciones indica que  Villarruel no desempató nunca (el desempate es el único voto que puede  emitir porque ella no es senadora) y que ni siquiera era necesario el  voto del presidente provisional del Senado, el senador libertario Bartolomé Abdala.  Si hubiera dejado que la reunión la presidiera la vicepresidenta  primera, la peronista Silvia Sapag, o la radical Carolina Losada,  vicepresidenta segunda, el resultado habría sido el mismo. 

En conclusión, la reunión fue legal y reglamentaria, y la presencia de Villarruel es la cuestión que podría discutirse.  “Soy institucionalista”, acostumbra a repetir la vicepresidenta cada  vez que se toca el tema. Quiere decir que siempre estará primero su  lealtad a la instituciones, aunque no le convenga a su facción política.  “Exceso de reglamentarismo”, retrucan desde la Casa de Gobierno. La  diferencia no es menor: se está al lado de las instituciones o lejos de  ellas.

Solo Santiago Caputo,  el superasesor de Milei que de pronto pertenece al ala de los  acuerdistas en el beligerante gobierno, intentó intercambiar algunos  mensajes por WhatsApp con Villarruel antes de la ruidosa reunión del  Senado. No pudo hacer nada. La partida ya estaba jugada. Karina Milei, jefa de la franja combativa de la administración, está distanciada de Villarruel desde antes de la era Milei.  Debe saber que tantos prejuicios y rencores esconden mucho más que  inverosímiles informes de los servicios de inteligencia o las  discutibles interpretaciones del reglamento del Senado. 

Es  la consumación del divorcio entre dos personas que, en el fondo,  piensan muy distinto. Milei es un libertario antisistema, con algunos  rasgos, pocos, de liberal, mientras Villarruel tiene una formación  nacionalista e institucionalista, que la debe poner en la  vereda de enfrente de algunas particularidades de la política económica,  aunque no del superávit fiscal ni del orden en las cuentas públicas.  Puede ser que no le gusten, en cambio, la rápida apertura de la economía  que ya provoca la protesta de los industriales nacionales o las formas  de expresarse del mandatario. Pero ellos estuvieron de acuerdo durante  mucho tiempo, a pesar de que los dos cultivaban las mismas ideas desde  siempre. 

La diferencia consiste en  que Milei era otra persona en el trato con ella cuando el fenómeno  comenzaba. Ahora solo sucede que las diferencias se notan más cuando  prevalecen la dejación y el maltrato.