La cinta narra, entre la comedia negra y la violencia tarantiniana, un sanguinario hecho histórico.
Por Ricardo Rosado
Para Fotogramas
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El llamado Baño de sangre de Estocolmo, el oscuro episodio en el que Cristián II de Dinamarca decidió ignorar la amnistía que él mismo había propuesto para llenar la plaza mayor de la capital sueca de sangre de noble, todavía escuece en los libros de historia del país escandinavo y, para llevarlo a la gran pantalla, el cineasta Mikael Håfström ha decidido apuntalar su crudeza con una pica puesta en escena y cierto descaro en su tono.
Con Sophie Cookson y Alba August a la cabeza emocional del relato, ‘Estocolmo 1520. El rey tirano’ nos lleva al siglo XVI para adornar aquella nórdica matanza con intrigas palaciegas, heroicas venganzas personales y una socarronería formal que nunca sabe hasta dónde llegar. Lo que ‘Destino de caballero’ (B. Helgeland, 2001) salvaba con un innegable encanto, aquí parece presentarse como un desesperado intento por complacer a fans de Guy Ritchie con ganas de terminar hasta el cuello de barro, sangre y frases más o menos lapidarias.
Para enfangarse en una de intrigas palaciegas con resaca de hidromiel.