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Opinión y Actualidad

Crítica de "Una quinta portuguesa"

Avelina Prat dirige a María de Medeiros en una fábula sobre identidades prestadas, silencios compartidos y la búsqueda de un nuevo hogar.

13/05/2025

Por Pablo Vázquez
Para Fotogramas

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Con ‘Vasil’ (2022) ya quedó claro que el cine de Avelina Prat posee unas constantes muy concretas, alrededor de unos temas medulares: el desarraigo y la búsqueda de sentido o, por así decirlo, de rumbo vital. Su segunda película reincide en los defectos de aquella (ritmo moroso, tendencia a la sobreexplicación, metáforas más literarias que cinematográficas), pero amplifica de una forma tan coherente su universo que es imposible no verla como un firme paso adelante. A Prat le importa y conmueve lo que cuenta, siente debilidad y empatía por sus criaturas, incluso por aquellas que surcan tangencialmente el relato (magnéticos Xavi Mira y Rita Cabaço); cuida los planos, los diálogos y el alma de los protagonistas, para explicar la complejidad de ese mundo que, en palabras del personaje de Manolo Solo, necesita ser dibujado para ser comprendido.

La cineasta busca respuestas, indaga a partir de una poética de playas lluviosas, de cafeterías acogedoras, de conversaciones plácidas e intempestivas, en la que sus personajes establecen inesperadas complicidades que los completan y reafirman. Impelida por una intuición desarmante, se deja guiar por una senda muy cercana a Alain Tanner, o de un Colomo sin humor o urgencia de deseo. En un panorama a veces poseído por una grandilocuente sed de importancia sería injusto que una película tan honesta tuviera que cargar con el sambenito de pequeña.

Para quienes entiendan el mundo como un mapa de infinitos recovecos.