La llegada al Vaticano de Francisco, en 2013, generó grandes esperanzas en unos y grandes temores en otros. Hoy muchos se preguntan hasta qué punto estuvieron justificadas aquellas expectativas y hasta qué punto no. Por eso merece la pena analizar el legado geopolítico de un papa que inició su papado en medio de opiniones mucho más polarizadas que cuando lo concluyó.
Por Mirko Casale
Para RT
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Cuando Jorge Mario Bergoglio dejó de ser Jorge Mario Bergoglio y se convirtió en Francisco, los ojos de medio mundo se concentraron en su figura. Por primera vez en los anteriores casi 13 siglos, el vicario de Cristo no sería alguien nacido en Europa, sino en la región con más católicos del mundo: América Latina. Además, tras una larga seguidilla de papas conservadores, el recién llegado era ampliamente considerado como un reformista.
Mientras algunos –católicos o no– esperaban un Vaticano más izquierdista, feminista, ecologista y progresista, otros –también católicos o no– temían eso mismo. Sin embargo, pese a lo marcado de esas esperanzas y temores, los doce años de Francisco como sumo pontífice fueron más pragmáticos que polémicos, lo que contribuyó a rebajar aquellas expectativas iniciales, tanto las positivas como las negativas.
Su legado en América Latina
Aunque, por sus orígenes en el peronismo, se suele asumir que Francisco fue un papa kirchnerista, en la realidad, tanto en su etapa como obispo como en la de santo padre, tuvo algunos roces con los gobiernos de Néstor y Cristina, que ambos lados supieron manejar con mucho tacto. Sus relaciones con Mauricio Macri fueron bastante distantes y con quien realmente tuvo mayor sintonía fue con Alberto Fernández.
En sus tiempos preelectorales, Javier Milei llegó a calificar al papa argentino como “representante del maligno sobre la tierra” y –disculpen, pero son sus palabras, no nuestras– “sorete mal cagado”, aunque se desdijo posteriormente, tanto en campaña como ya en Casa Rosada, atribuyéndolo a una de sus tantas explosiones verbales. Francisco nunca respondió frontalmente, aunque muchos vieron una indirecta sobre el libertario cuando reflexionó que votar por ‘outsiders’ sin historia es lo que llevó a Adolf Hitler al poder.
Durante su papado, las declaraciones de Francisco siempre fueron en una línea pastoral, pero dejando caer comentarios que –con razón o sin ella– casi siempre se interpretaban en clave política. Así, sus críticas a la deforestación en la Amazonía fueron percibidas como un ataque por el entonces presidente brasilero Jair Bolsonaro, mientras que su condena al “capitalismo salvaje” en su visita a Bolivia fue percibida como un guiño al entonces presidente, Evo Morales. En su paso por territorio mexicano, durante la presidencia de Enrique Peña Nieto, criticó lo que denominó “el México de los privilegios” y, durante su presidencia, Andrés Manuel López Obrador citó a menudo al sumo pontífice sobre temas relativos a la desigualdad social.
Sin embargo, a pesar de sostener posturas aparentemente marcadas en política latinoamericana, en contextos de polarización activa, con ambos lados exigiendo posicionamientos claros, Francisco siempre evitó tomar partido. Por ejemplo, sus declaraciones ambiguas sobre Perú o Venezuela, en momentos políticamente álgidos, no dejaron a nadie contento en esos países.
Tal vez el mayor hito geopolítico de su pontificado en América Latina fue facilitar el deshielo entre Washington y La Habana en 2014, aunque posteriormente ese deshielo sirviera de poco, ‘gracias’ a Trump primero y Biden después. También en la capital cubana Francisco se reunió con el patriarca ortodoxo ruso Kirill, un encuentro más que simbólico entre las iglesias católica y ortodoxa. Asimismo, el papa se acercó al mundo islámico, como durante su visita a Emiratos Árabes Unidos en 2019 e incluso trató de tender puentes con la República Popular China, a pesar de que El Vaticano no la reconoce como la China legítima.
Frente a los conflictos de su tiempo
En años recientes, dos conflictos captaron la atención de la opinión pública global y, como ocurre en esos casos, aumenta el escrutinio sobre el santo padre. Aunque Francisco calificó el estallido de 2022 en Ucrania como “una derrota para la humanidad” y envió numerosos emisarios para labores humanitarias y de intermediación, su reticencia a calificar a Rusia como “agresora” y ciertos comentarios que sugerían que el sumo pontífice consideraba a la OTAN como responsable en buena parte no fueron bien recibidos ni por Kiev ni por sus socios.
Asimismo, otras declaraciones suyas cayeron pesadas en Moscú, como cuando instó al patriarca ortodoxo a, textualmente, “no convertirse en monaguillo de Putin” o cuando habló de la supuesta crueldad de militares rusos de etnia chechena y buriata en el frente, comentario de dudoso gusto étnico que fue respondido por la Cancillería rusa. Pese a esos choques, tras el fallecimiento de Francisco, el presidente ruso destacó su buena actitud hacia Rusia, hecho que atribuyó al origen latinoamericano del papa.
En el caso de Gaza, inicialmente el santo padre evitó tomar partido abiertamente, subrayando el sufrimiento de israelíes y palestinos por igual, reconociendo el “derecho” israelí a “defenderse” y recibiendo en el Vaticano a familiares de rehenes tanto israelíes como palestinos. Sin embargo, más adelante, Francisco sugirió que los ataques de Tel Aviv podrían tener “características de genocidio” y subrayó la crueldad de bombardear niños, críticas que, para sorpresa de nadie, provocaron las dosis habituales de indignación impostada y victimismo sobreactuado por parte de las autoridades israelíes. Tanto así que la Cancillería sionista publicó un mensaje de condolencias por su muerte que borró poco después, aparentemente por temor a la reacción negativa de su propia ciudadanía, perdón, colonos.
Un legado 'inclasificable'
Como ven, el legado geopolítico de Francisco no es fácil de calificar de forma sencilla y contundente. Sin duda, conectó mejor con gobernantes o movimientos progresistas que conservadores, pero en determinados asuntos sus posturas intermedias cuando no funambulistas dejaron más satisfechos a los segundos que a los primeros. Sus críticas al neoliberalismo y la desigualdad social, o su apoyo a causas medioambientales o luchas de pueblos originarios tuvieron más impacto simbólico que concreto, sin dejar una huella claramente tangible en el panorama latinoamericano, más allá del eco de sus palabras de aliento.
A pesar del reconocimiento de varios santos latinoamericanos durante su papado y de demostrar una mayor (y sincera) preocupación por la pobreza, la tendencia regional de migración desde el catolicismo hacia el evangelismo no se detuvo. Tampoco se puede hablar de un abrupto antes y después en los casos de abusos a menores en el seno de la Iglesia católica en estos doce años, porque, aunque hubo avances en el reconocimiento y las disculpas, no dejaron de surgir casos y, por ejemplo, en Chile, en 2018, Francisco salió en defensa de un obispo que finalmente resultó ser culpable, por lo que tuvo que recoger cable apresuradamente.
Dicen que no hay mejor forma de entender el legado de alguien que fijarse en quién lo llora y quién se regocija cuando abandona este plano de la existencia. Los funerales de Francisco congregarán a todo tipo de gobernantes y representantes de gobiernos, desde los más afines al pensamiento del primer sumo pontífice latinoamericano, hasta los más opuestos, algo que muy pocas veces se da en el caso de un líder político.
Unos destacarán el inédito signo ideológico de su impacto geopolítico en el mundo, mientras que otros replicarán que el de Juan Pablo II fue mayor, pero de signo contrario. Unos dirán que, para los estándares vaticanos, fue un pontífice que hizo lo que ningún otro logró. Otros argumentarán que no es para tanto si, tras su partida, esos estándares vaticanos siguen siendo, básicamente, los mismos que eran antes de su llegada. Tal vez todos tengan razón. Tal vez todos estén equivocados. O tal vez Francisco, en el fondo, nunca aspiró a cambiar el mundo como líder geopolítico, sino a transformarlo como líder espiritual. Y quizá sea así como haya que recordarlo.