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Opinión y Actualidad

“Un balance grisáceo”

Los datos positivos no impiden que la sangría de la moral cívica siga fluyendo.

Hoy 05:03

Por Natalio Botana, en diario Clarín
Cuando concluye el año el Gobierno puede darse por satisfecho: buen resultado electoral, inflación contenida, un crecimiento en torno al 4% con fuertes disparidades y caída del consumo, una representación más holgada en el Congreso. Para quien proclamó un cambio centenario fraguado en utopías libertarias, estos indicadores abrirían un camino correcto.

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En parte es así porque tras el fulgor de estos cambios permanece invariable la intención de arremeter a los contrarios para instalar otra hegemonía. ¿Prefiguran acaso en estas intenciones el reverso del kirchnerismo?

La estrategia del Poder Ejecutivo en el Congreso se montó sobre la victoria electoral de octubre. Confiando en ello y en las conversaciones con un grupo de gobernadores (abonadas con aportes directos del tesoro en torno a $70.000 millones), el oficialismo creyó que tenía vía libre para imponerse durante el debate acerca del Presupuesto. No fue así.

En contra de lo que supuestamente se creía pactado, el Gobierno introdujo de contrabando un capítulo atinente al financiamiento de discapacitados y universidades, lo que produjo el severo rechazo tan comentado. Un juego hegemónico que evoca las andanzas del kirchnerismo cuyas mayorías hacían del Congreso una escribanía.

El Gobierno no quiso entender en qué situación estaba pues, en lugar de aquella mayoría dominante, sus representantes sin dudas reforzados, conforman empero una minoría. No negociaron y tuvieron que aceptar lo dado y postergar para el mes de febrero el debate sobre la reforma laboral a ser tratado en el Senado y pensado como otro condimento de la misma estrategia.

Tras estas maniobras se agitan tradiciones que reaparecen en circunstancias ideológicas diferentes. En este caso, una tradición hegemónica que, si bien recibe sopapos, resiste a dejar la escena. El afán de armar un oficialismo desde el Estado, con retazos de otras agrupaciones (el PRO es el que más sufre), se confunde entonces con el desprecio hacia una fórmula de coalición entre partidos. En consecuencia, la cooptación es un instrumento de poder que puede acertar o errar. De hecho, el Gobierno erró, y en este momento padece los efectos de una cooptación fallida.

Estas actitudes arraigan en otros contextos. La Argentina, dependiente con fidelidad de todo lo que hace Trump, corre el riesgo de adoptar, según se ha dicho, el estilo “trumpista” de una autoridad de tipo monárquica. La personalización aguda del Poder Ejecutivo en los Estados Unidos no es buena consejera, como tampoco lo es la encrucijada europea en la cual crece una extrema derecha devota de nacionalismos y autocracias. ¿Cómo se compadece el pensamiento libertario con estos derroches de autoritarismo?

Por lo dicho, el contexto externo no es ajeno al contexto doméstico en que talla el bajo fondo de la corrupción. Día tras día estallan escándalos tortuosos que suelen comenzar con investigaciones de los medios de comunicación (por eso el Presidente, adicto nuevamente al uso de la humillación, califica a los periodistas como “corruptos cómplices de las aberraciones de la política”); prosigue con la acusación de los fiscales; llega a manos de jueces instalados en una administración que adolece de la falta de recursos y, desde luego, se prolonga en largos procesos.

Por señalar los últimos acontecimientos: de los “cuadernos” en sede judicial que anotan coimas a granel, pasando por Criptomonedas y droguerías, ahora entramos de lleno en el escándalo de la AFA. ¿Denota acaso esta abundancia de corrupciones una perversión en la superficie de la política, o es un fenómeno más profundo que hunde sus raíces en una sociedad de la cual brota esta rutina delictiva? ¿Por qué esa reproducción constante? Algunas encuestas amortiguan esta suerte de naturalización de lo corrupto, destacando un 40/45% de rechazo; lo mismo, aproximadamente, vale para la administración de justicia. Datos positivos que sin embargo no impiden que esta sangría de la moral cívica siga fluyendo.

Lo que más entristece, en el caso de la AFA, es la relación turbia que entablan, por un lado, la pasión de multitudes de nuestro fútbol animada por la conquista del último mundial y, por otro, el nocivo manejo de los que mandan en esa esfera. A esto se añaden imágenes grotescas: la obscena exhibición de testaferros y mansiones repletas de automóviles de lujo: ¿qué cosa podría contener este desastre? Nos basta cruzar el Río de la Plata para toparse con experiencias que inspiran.

Hace pocos días participé en Montevideo en el acto que celebró los 90 años del expresidente Julio María Sanguinetti.

Allí comprobé cómo oficialistas y opositores deponen sus disensos y demuestran con su presencia que sin un piso de concordia política, la democracia funciona a los tropezones. La presencia del Presidente y Vice en funciones, de los expresidentes y jefes de partido es imposible que acontezca entre nosotros. ¿A qué se debe pues la conciencia cívica reflejada en ese acto? Hay varios aspectos: una reserva ética que impide caer en nuestros excesos; un sistema de partidos robusto que no sufre la erosión sostenida de los nuestros; unas costumbres en que no caben polarizaciones excluyentes; una praxis activa para montar coaliciones de gobierno; la continuidad de políticas de Estado entre las cuales sobresale la atención debida a las reglas básicas de la macroeconomía. La estabilidad uruguaya trasunta una tarea de larga duración a la que concurren unos y otros: los presidentes en ejercicio, los que desempeñaron ese cargo y los que se han ido.

Esta conjunción de atributos, característicos de la única democracia plena en América del Sur según The Economist, no hubiese sido posible sin la conversión de la dialéctica amigo-enemigo a la dialéctica constructiva de amigos-adversarios. Una virtud que, al cabo, respalda la legitimidad de esta democracia republicana. Ante este panorama, sería tal vez conveniente llegar a la otra orilla no solo para disfrutar de sus playas sino para darse un reparador baño de republicanismo.