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La mayor explosión nuclear: cuando la URSS lanzó una bomba 3.300 veces más poderosa que la de Hiroshima

Fue la explosión atómica más devastadora de la historia. El 30 de octubre de 1961, la Unión Soviética soltó la bomba del Zar sobre el Círculo Polar Ártico.

Hoy 17:03

Los tiempos se aceleraban y la tensión crecía de manera vertiginosa a medida que corrían los días de 1961 en el almanaque de la Guerra Fría. El enfrentamiento entre la Unión Soviética liderada por Nikita Kruschev y los Estados Unidos presididos por John F. Kennedy parecía a punto de estallar. En abril, la CIA había lanzado la fracasada invasión de Bahía de los Cochinos para acabar con la recién nacida revolución en Cuba y ese mismo mes, los soviéticos habían puesto al primer ser humano en la órbita terrestre, el cosmonauta Yuri Gagarin, en una operación que demostraba también el poder de los cohetes que podían construir y no solo para ir al espacio sino para alcanzar el territorio enemigo. El 13 de agosto, los berlineses había amanecido con su ciudad partida por un alambrado custodiado por soldados armados, el primer paso de la construcción del Muro de Berlín.

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En esa carrera brutal por la primacía que mantenían –a veces de manera sorda, otras a la vista de todo el mundo– las dos grandes potencias también se producían grandes fracasos que se mantenían en riguroso secreto. Uno de ellos había ocurrido en octubre de 1960, en la zona de pruebas misilísticas del Cosmódromo de Baikonur, en Kazajistán, cuando un misil balístico intercontinental soviético había estallado mientras se realizaba una prueba y causado la muerte de cerca de trescientas personas, entre ellas el responsable del proyecto, el mariscal Mitrofan Ivánovich Nedelin. El Kremlin había ocultado celosamente el desastre, que solo llegó a conocerse tres décadas más tarde.

Ese contratiempo letal no detuvo otro proyecto que Moscú venía desarrollando también en las sombras desde hacía cinco años: hacer estallar la bomba atómica más poderosa de la historia. Ese día, su existencia dejaría de ser un secreto, pero su efecto sería propagandísticamente devastador, porque el Kremlin no pretendía atacar a nadie con ella sino exhibir la tecnología letal que había logrado para intimidar a los Estados Unidos. Los soviéticos estaban rezagados frente a Washington en el desarrollo de armamento no convencional y Kruschev buscaba demostrar lo contrario.


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En ese contexto, a media mañana del 30 de octubre de 1961, un avión militar enorme y extraño despegó de una base militar soviética y se dirigió hacia la zona de pruebas militares del archipiélago de Nueva Zembla, en el Círculo Polar Ártico. La aeronave estaba al mando del comandante Andréi Durnóvtsev y su tripulación estaba integrada exclusivamente por voluntarios. Todos sabían que cualquier falla o error de cálculo podía costarles la vida de una manera horrible: desintegrándolos. Su misión era lanzar la bomba del Zar, una bomba de hidrógeno 3.300 veces más poderosa que la de Hiroshima y que hoy, 64 años después, sigue siendo la responsable de la mayor explosión provocada por el hombre.

El proyecto Iván

Todo era desmesurado en la concepción de la Bomba del Zar, cuyo nombre evocaba la campana Tsar Kólokol de Moscú, la más grande del mundo con un peso superior a las 200 toneladas, y el cañón imperial Tsar Pushkal, dos gigantescos productos de la tecnología rusa. El nombre en clave del proyecto que la desarrolló era “Iván”, por el primer zar ruso, apodado “El Terrible”.

Lanzamiento de la bomba Lanzamiento de la bomba

Era una bomba de fusión de hidrógeno con tres etapas: fisión-fusión-fisión. Tenía un iniciador de fisión que al ser detonado comenzaba una reacción de fusión; una detonación posterior de fisión del tampón de uranio aumentaba el rendimiento de la bomba, proceso capaz de liberar una potencia total de 50 megatones. Tenía 8 metros de largo, un diámetro de casi 2,6 metros y pesaba más de 27 toneladas. Era muy similar en forma a las bombas “Little Boy” y “Fat Man” que habían devastado las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki una década y media antes. Sin embargo, su poder era miles de veces superior.

Y podía haber sido aún más poderosa, porque en el proyecto inicial estaba prevista una explosión de 100 megatones, pero esa potencia fue reducida poco antes de la detonación por razones ambientales. La manera fue reemplazar el empujador/tampón de uranio, que amplificaba de forma notable la potencia de la explosión al detonar en una explosión de fisión, por otro de plomo, que era capaz de absorber gran cantidad de neutrones rápidos procedentes de la fisión inicial y reducir su intensidad.

El desarrollo de los dispositivos nucleares estuvo a cargo de un equipo de físicos encabezado por Ígor Kurchátov, y formado por Andréi Sájarov, Víktor Adamski, Yuri Babáyev, Yuri Smirnov y Yuri Trútnev. Antes, Sajarov ya había desarrollado la primera bomba de hidrógeno soviética de escala megatón, empleando un diseño que en Rusia se conoció como la “Tercera Idea de Sájarov”. Fue ensayada bajo el nombre RDS-37 en 1955. La bomba del Zar era, en realidad, una variante de mayor tamaño de aquella primera bomba.

En ese momento, Sájarov estaba convencido de la importancia de su trabajo aplicado al desarrollo de las armas nucleares. Pero poco a poco fue tomando mayor conciencia de las consecuencias posibles de sus descubrimientos, como una guerra termonuclear o la contaminación por radiactividad, y cambió radicalmente de postura. Después de la explosión de la bomba del Zar, cambió su postura y tuvo un activo papel contra la proliferación de armas nucleares y de las pruebas atómicas en la atmósfera, y promovió el tratado de prohibición de pruebas atmosféricas, espaciales y submarinas, firmado en Moscú en 1963. Como reconocimiento internacional a su esfuerzo en 1975 fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz, cuando ya era considerado un “disidente” por el gobierno soviético.

Lanzar la bomba había planteado un obstáculo adicional: no existía el avión adecuado para hacerlo. Se resolvió modificando un bombardero ruso Tupolev Tu-95 para darle una mayor capacidad de carga. Además, la aeronave fue recubierta con una pintura especial, blanca y reflectante, para que la onda de choque térmica posterior a la explosión no la afectase demasiado. Ese fue el avión que despegó la mañana del 30 de octubre de 1961 con su letal carga atómica.

Un infierno en la Tierra

La bomba del Zar fue lanzada desde una altura de 10.500 metros exactamente a las 11.30 de la mañana del lunes 30 de octubre de 1961. No fue un lanzamiento de caída libre: fue bajando en un paracaídas para darle tiempo al avión a tomar distancia de la explosión. La detonación se produjo a las 11.33, cuando el monstruo explosivo estaba a 4.000 metros de altura y el avión había conseguido alejarse a unos 80 kilómetros del lugar.

De inmediato, la temperatura directamente debajo y alrededor de la detonación se elevó millones de grados. La presión bajo la explosión fue de 211.000 megatoneladas por metro cuadrado, más de diez mil veces la que hay en el neumático de un auto. La energía luminosa desprendida fue tan poderosa que la fue observada a mil kilómetros de distancia, aún con los cielos nublados.

La onda de choque fue lo bastante potente como para romper vidrios gruesos incluso a más de 900 kilómetros y fue registrada en tres ocasiones distintas alrededor de la Tierra. La nube de hongo producida por la explosión se elevó a una altitud de 64 kilómetros antes de nivelarse. La energía térmica fue tan grande que podría haber causado quemaduras de tercer grado a una persona que se encontrara a 100 kilómetros del lugar del estallido.

Su potencia superó 3,3 veces la mayor detonación realizada por Estados Unidos: los quince megatones de la bomba de hidrógeno “Castle Bravo” que explotó en el Atolón Bikini en 1954. Demostró también que no sólo sería capaz de destruir una gran ciudad objetivo, sino que podía hacerlo con cuatro megaciudades como las que rodean a Nueva York o Tokio. Si en lugar de lanzar la “versión limpia”, de 50 megatones, se hubiese la “versión sucia” –detonada por uranio y no por plomo– de 100 megatones que estaba inicialmente planeada, habría provocado que una amplísima zona geográfica hubiese quedado bajo los efectos de dosis letales de radiación.

El otro impacto

La condena internacional no demoró en producirse, lo que le demostró a Kurschev que había logrado su objetivo de propaganda. La bomba del Zar era un ejemplar único: la Unión Soviética no tenía en sus planes construir otra igual, la había lanzado simplemente para demostrar que no estaba atrás en la carrera armamentista.

Muchos años después, en agosto de 2020, en el marco de la celebración del 75 aniversario de la industria nuclear rusa, el gobierno de Vladimir Putin desclasificó y difundió por primera vez el fragmento de una película que registró el lanzamiento y la explosión de la Bomba del Zar. La filmación fue realizada desde un bombardero Tu-16 que despegó junto con el avión piloteado por el comandante Andréi Durnóvtsev y registró todo el proceso a una distancia segura mientras monitoreaba también las muestras de aire.

Las imágenes muestran una explosión que generó una nube de hongo de unos 60 kilómetros de altura. Hay tomas desde varios ángulos, porque a las realizadas desde el avión se agregaron otras hechas desde tierra. El video también conserva la voz en off original, a la que se escucha decir en ruso: “La prueba de una carga de hidrógeno excepcionalmente poderosa confirmó que la Unión Soviética está en posesión de un arma termonuclear con potencias de 50 megatones, 100 megatones y más”.

La bomba del Zar fue el último exponente de una carrera bélica que apuntaba a construir armas nucleares cada vez más grandes y destructivas. Después de su explosión se abriría una nueva etapa, con otro concepto táctico: la producción en serie de cohetes con cabezas atómicas, mucho más pequeños y mucho más precisos.

Con la perspectiva que da el tiempo, queda claro que la bomba del Zar no tenía un objetivo bélico sino propagandístico y que el blanco sobre el que debía impactar era la opinión pública mundial. “La bomba fue diseñada principalmente para hacer que el mundo se sentara y tomara en cuenta a la Unión Soviética como un igual”, escribió años después Philip Coyle, exjefe de pruebas de armas nucleares de los Estados Unidos durante la presidencia de Bill Clinton.