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Opinión y Actualidad

Un dilema político entre dos economistas

La decadencia económica argentina es testigo de estas políticas, y en algunos casos las consecuencias son trágicas.

23/09/2025
Imagen: Mariano Vior.

Por Juan Vicente Sola, en diario Clarín
Una inesperada consecuencia de recientes elecciones locales dejó a los argentinos ante un hecho poco común en nuestra vida pública: la disputa abierta entre dos economistas y, con ellos, entre dos nítidas doctrinas.

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Se trata de una circunstancia inhabitual en nuestro debate político donde generalmente ha reinado la confusión y el ocultamiento en las ideas.

Como advertía Wilhelm Röpke, la economía es la ciencia de las alternativas, más claramente podemos decirlo ahora en esta competencia electoral, cuando luego de una elección de concejales y legisladores en la provincia de Buenos Aires, nos enfrentamos a una disyuntiva política con dos propuestas claramente definidas y con sostenedores precisos en cada una.

De un lado se ubica la tradición austriaca con Friedrich A. Hayek el Nobel de 1974 fue en su momento despreciado por el establishment económico, pero reconocido ahora como uno de los dos economistas más influyentes del siglo XX.

La actividad económica progresa cuando los precios informan sin distorsiones y las reglas son generales, estables y pocas, con apertura de mercados, la libre competencia y la disciplina fiscal como condiciones de prosperidad; con un particular énfasis en la estabilidad monetaria con la conciencia que la inflación es un impuesto oculto que impacta a los más pobres. El énfasis está en la libertad de entrada, la innovación y el orden espontáneo.

Del otro lado, la consigna es “Volver a Keynes”, busca de fundamentar entre los treinta tomos del canon Keynesiano un programa de gobierno. Esta propuesta se construye dentro de las múltiples versiones existentes dentro del caleidoscopio keynesiano, fuente de justificación de políticas diferenciadas y aun contradictorias. Joan Robinson la discípula directa de Keynes lo consideraba una alternativa preferible al marxismo aunque con los mismos objetivos y obtenerlos con una versión menos dramática que el marxismo clásico.

De ahí la expresión de ‘eutanasia’ ver “Carta Abierta de una Keynesiana a un Marxista” y particularmente la versión del corporativismo proteccionista y regulador descripto en el capítulo 24 de la Teoría General de Keynes donde describe en forma simplificada sus ideas de gobierno.

En su versión más popular, el ideario se traduce en un menú reconocible: proteccionismo y cierre de importaciones, impulso a la demanda efectiva, el conocido “plan platita”, endeudamiento público como palanca de gasto, y reducción de la tasa de interés para desalentar el ahorro y abaratar el crédito a sectores elegidos por sus contactos con el gobierno. La experiencia argentina reciente da cuenta de sus costos, aún vigentes.

La decadencia económica argentina es testigo de estas políticas, y en algunos casos las consecuencias son trágicas, cuando la nacionalización de una empresa petrolera puede terminar en deudas monstruosas de una indemnización judicial.

El estancamiento asociado a ese patrón abrió, hacia fines del siglo XX, un espacio para reconsiderar ideas postergadas. Entre ellas la revalorización de Hayek . Edmund Phelps (Nobel 2006) destacó la afinidad entre un keynesianismo expandido y el corporativismo que, en la Argentina, adquirió rasgos propios desde los años cuarenta y luego ganó cobertura intelectual llegando a ser citado hasta en fallos judiciales.

Ese clima produjo una sobre-reglamentación: cada paso productivo dependiente de permisos y excepciones. Mancur Olson lo resumió: toda regulación transfiere recursos de los menos organizados a los mejor organizados. Ronald Coase añadió otra clave: bajar costos de transacción es ya de por si un programa de desarrollo; de allí la importancia de reglas simples, contratos ejecutables y decisiones judiciales previsibles.

Pero esta propuesta tan precisa, no es de implementación sencilla. Los beneficiarios del entramado corporativo son numerosos e influyentes. Quienes viven de la maraña regulatoria rara vez renuncian a ella; tras décadas se formaron coaliciones extendidas, incluso entre quienes apenas reciben las migajas de un banquete lejano.

La pregunta frente a la alternativa es ¿Cómo llevar a una sociedad corporativa altamente regulada a una sociedad competitiva? ¿podemos reducir la alta inflación rápidamente? “Overnight” como señalaba Hayek. ¿Cómo superar un estancamiento de décadas para un destino de crecimiento y grandeza?

Un dilema racional. La primera tiende a perpetuar la inflación, el atraso cambiario, el desorden fiscal y la negociación política de rentas. O bien optar por una agenda que desmonte privilegios, simplifique reglas, abra mercados y recomponga los precios relativos, apoyándose en la creatividad dispersa y en la disciplina de la competencia. Lo que sí tiene costo es la indefinición: prolonga la parálisis, desalienta la inversión y fragiliza los ciclos.

Curiosamente esta elección nos pone frente al ese dilema, quienes compiten son economistas profesionales y sus propuestas técnicas están claramente descriptas ante nosotros.