No todo menor que se distrae o se mueve sin parar tiene déficit de atención o hiperactividad. Especialistas explicaron la importancia de comprender el contexto, la persistencia y la intensidad de los comportamientos para llegar a un diagnóstico.
Cada 13 de julio se conmemora el Día Internacional del Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), una fecha establecida para visibilizar esta condición del neurodesarrollo, promover la comprensión social y fortalecer el apoyo a quienes la viven.
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En la infancia, uno de los mayores desafíos para familias y docentes es distinguir entre una dificultad para permanecer quietos propia de la etapa y síntomas que pueden requerir evaluación clínica. ¿Cuándo se trata de un temperamento activo y cuándo de un trastorno? ¿Qué señales deben encender una alerta?
Un diagnóstico complejo que va más allá de la falta de quietud
El TDAH está definido en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5-TR, 2022) como un patrón persistente de inatención y/o hiperactividad-impulsividad que interfiere significativamente con el desarrollo o el funcionamiento cotidiano. Para ser diagnosticado, los síntomas deben haberse manifestado antes de los 12 años, en al menos dos contextos (por ejemplo, hogar y escuela), y no explicarse mejor por otro cuadro clínico.
Para el médico psiquiatra infanto juvenil Christian Plebst (MN 81.138), la comprensión del TDAH no puede desligarse de su historia diagnóstica. “El trastorno por déficit de atención aparece así nombrado, como lo conocemos hoy, TDAH, en la versión de 1980 del DSM”, señaló. Antes de ese momento, según contó, la nomenclatura incluía términos como “desórdenes de hiperquinesia de la infancia”.
Desde su visión clínica, el diagnóstico no debe entenderse sólo como una categoría médica, sino como una herramienta preventiva. “Cuando un niño es pequeño, una cosa es considerar un trastorno y otra muy diferente es que presente conductas desadaptativas para el entorno en el que vive”, afirmó.
¿Inquieto o con TDAH? Las diferencias clave
La distinción entre un niño simplemente inquieto y uno con TDAH requiere observar la duración, la intensidad y el impacto de las conductas.
“La inquietud es una característica habitual de la infancia, muchas veces vinculada al juego, la curiosidad o el deseo de explorar”, explicó en este sentido el médico psiquiatra infanto juvenil y subjefe del servicio de Salud Mental Pediátrica del Hospital Italiano de Buenos Aires Andrés Luccisano (MN 122.284).
Sin embargo, agregó: “En el TDAH, lo que marca la diferencia es la dificultad para tolerar límites, sostener la atención ante temas poco atractivos y autorregularse en función del contexto”.
Según Luccisano, la clave está en el grado de interferencia funcional: “Un niño muy activo puede adaptarse a las normas y contextos, mientras que en el TDAH estas dificultades son persistentes y generan malestar significativo, impactando sobre todo en otras áreas de la persona como los vínculos y el autoestima”.
Señales de alerta para padres y docentes
El TDAH, según el DSM-5-TR (la última actualización publicada en 2022), se caracteriza por dos grupos principales de síntomas: inatención e hiperactividad-impulsividad.
Estos comportamientos, si se presentan de manera constante, en distintos entornos y con consecuencias negativas, pueden constituir señales de TDAH. Sin embargo, el diagnóstico sólo debe ser realizado por profesionales capacitados tras una evaluación clínica completa.
La importancia del entorno y la crianza
Plebst, con una mirada crítica del modelo biomédico, insistió en que el diagnóstico no puede disociarse del contexto vital del niño. “Ser hiperactivo o inquieto en la selva le puede salvar la vida; ser inquieto en un aula le genera problemas con el ajuste y la adaptación al resto del grupo”, explicó. Desde esta perspectiva, el entorno puede amplificar o moderar las manifestaciones del mismo temperamento.
“Un niño inquieto que nace en una zona rural y crece en una escuela con mucho deporte y contacto con la naturaleza termina siendo el simpático y querido por todos -analizó-. En cambio, si el mismo niño vive en un departamento en Capital Federal, sin espacio ni descarga, y va a una escuela doble jornada puede tener un pronóstico diferente”.
Para Plebst, uno de los riesgos actuales es “que la etiqueta se transformó en identidad”, y en ese sentido advirtió sobre el riesgo de los diagnósticos rápidos que no siempre consideran la trayectoria del desarrollo. “Lamentablemente, en esta ‘sábana’ de TDAH quedaron envueltos muchos casos muy distintos entre sí, por lo que resulta fundamental profundizar en cada evaluación clínica y considerar todos los diagnósticos diferenciales posibles”, apuntó el especialista.