Enrique Buleo debuta en la dirección con esta comedia desarrollada en un pueblo de la Mancha en el que conviven vivos y muertos con pasmosa naturalidad.
Por Ricardo Rosado
Para Fotogramas
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El debut en la dirección de Enrique Buleo es el triunfo del fantástico costumbrista, un episódico festival de espiritismo manchego en el que espectros (vivos y muertos) comparten los anhelos, temores y penurias del día a día. Ácida, divertida y tierna a partes iguales, esta antología del disparate logra con pasmosa naturalidad lo que otras no consiguen con ambición, demostrando que, al final, puede que lo nuestro sí sea un problema de 'marketing'.
Mientras italianos y franceses mantienen la pugna por hacer propia la versión cinematográfica del realismo mágico, aquí se nos da tan bien el surrealismo que lo tachamos de absurdo. Por suerte, como de retranca también vamos bien servidos, el término oculta la verdadera acepción que merece un tesoro que, abanderado por Luis García Berlanga, Rafael Azcona y José Luis Cuerda, se mantiene vivo gracias a los trabajos de cineastas contemporáneos como Chema García Ibarra, Burnin’ Percebes o Carlo Padial y que, ahora, parece haber sido enmarcado en un auténtico 'Bodegón con fantasmas'.