El Millonario tuvo la chance única de rescatar un punto en casa tras un flojo partido pero el delantero colombiano falló su penal y se fue derrotado por 1 a 0 en un ambiente caldeado.
El equipo de Gallardo volvió a caer, esta vez por 1 a 0 en el Monumental y frente a Gimnasia, por lo que sumó su cuarta derrota consecutiva como local, algo impensado hace apenas unos meses. El resultado final —sellado con un penal convertido por Torres— fue apenas la punta del iceberg de un presente lleno de dudas, apatía y desorientación colectiva.
El desarrollo del encuentro fue el espejo de un ciclo que parece enredado en sí mismo. Borja falló un penal, Portillo cometió otro y el equipo se derrumbó emocionalmente. River jugó sin ideas, sin ritmo y sin rebeldía. La gente acompañó, pero el fastidio creció con el correr de los minutos hasta que la paciencia se agotó. Los cánticos, que primero apuntaban a Boca, se transformaron en reclamos hacia los propios jugadores.
El síntoma más visible del momento es la soledad futbolística. River ya no tiene sostén ni en sus futbolistas ni en el funcionamiento colectivo que supo ser su sello. Gallardo ensaya variantes, rota nombres y esquemas, pero el equipo se repite en sus errores: centros frontales, remates sin sentido, gambetas estériles y una previsibilidad que los rivales explotan con facilidad.

Mientras tanto, el tiempo apremia. El Millonario necesita reaccionar para no quedar fuera de la Copa Libertadores 2026, algo que sería un golpe histórico. Con un clásico por delante, el desafío no es solo futbolístico, sino también mental: volver a creer, reencontrarse con su identidad y dejar de ser un equipo solo, perdido y sin respuestas.