En el año 1983 Argentina se preparaba para recuperar la democracia y mas de la mitad del país “sabía” que sería el peronismo quien se ocuparía de esa tarea.
Por Fabián Restivo
Para Página 12
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Pensaban que finalmente le correspondía porque al movimiento justicialista le había arrebatado el poder el golpe de estado cívico militar, y por otra parte estaba asumido que, naturalmente, el pueblo era peronista. Finalmente no sucedió. Mientras el peronismo había tomado la campaña con actitud militante que presuponía todo, el equipo de Raúl Alfonsín tomaría un camino -en ese momento- novedoso.
En ese año había dos grandes agencias de publicidad que picaban en punta: Radiux y David Ratto. Y fue este último quién tomó en sus manos la campaña de Raúl Alfonsín. Ahí cada quien haría lo suyo: la agencia se ocupaba de la campaña y el partido, de los actos, las pintadas, y empapelar con los afiches que diseñaba Ratto. El publicista estaba tan absolutamente enfocado en la campaña, que cuando vio el logotipo ovalado que decía R A sobre la bandera argentina, que en efecto era en ese momento el logo de Argentina, no dudó en saber que sería la marca de Raúl Alfonsín. David Ratto no era un consultor, ni un asesor, ni ninguno de esos “or” que hoy pululan por ahí. Era un creativo publicista.
En ese 1983, hacia poco tiempo que se había inventado el walkman. Cuando le preguntaron al presidente de la Sony, Akio Morita, como estudiaba el mercado y cómo se le había ocurrido dijo: “Sony no estudia el mercado, lo hace. Y en cuanto a la segunda pregunta fue sencillo: caminaba por el centro de Nueva York y vi un hombre que escuchaba música cargando en el hombro un enorme aparato y me dije que había que inventar algo más cómodo. A mucha gente le gustaría escuchar música por la calle. Su propia música”. Y así fue que le pidió a su ingeniero, Nobutoshi Kihara, que creara el aparato.
Ratto y Morita tenían una coincidencia: abrevaban en la calle, observándolo todo, viendo qué necesidades había en la gente y volcando eso a su objetivo. Ninguno tenía ni era un pretendido genio: el walkman y el “Ahora Todos” respondían a necesidades que estaban ahí. Esperando ser entendidas.
Hace algunos años, llegué a visitar a mi muy querida Hebe. La vieja estaba que se la lleva el demonio: “¿a vos te parece que sigamos en las mismas? hace ya ni sé cuánto les vengo diciendo que nosotros tenemos que hablar de nosotros, que no tenemos que perder tiempo hablando de ellos. Pero parece que no escuchan o no se. Parecen tontos. De ellos que hablen ellos, no nosotros”, y mientras ponía las tazas para el café, seguía despotricando con que “¿sabes qué pasa? No están cerca de la gente. Andan en esos autos fum, para acá y fum, para allá y así no se ve lo que pasa”.
El resultado de estas elecciones me dejó, como a casi todos, asombrado pero sin sorpresa. Claro que no ignoro que desconozco gran parte de lo que pasa al interior de cada agrupación política y sé que hay que estar ahí para decidir, pero por razones obvias hablo de solo un aspecto que creo, contribuyó al resultado. El resto se lo dejo a los que cuando no saben que responder dicen “es multicausal”. Yo solo hablo de lo que sé.
Sony tenía una sola línea de comunicación para todo el mundo. La suma de los deseos y la creación de necesidades, cuestiones básicas en cualquier campaña, se sentían al primer golpe de vista. Y no cambiaba de marca con cada cosa nueva que inventaba. Así imponía sus productos. David Ratto entendió que la sonrisa de Alfonsín, con las manos unidas, aún en esa posición tan antinatural, eran convocantes a la paz en un pais que venía muy golpeado y que necesitaba esperanza de verdad. Y nunca usó la palabra esperanza. Hablarle de esperanza a quien está desesperanzado es como decirle a un asmático en pleno ataque: “no puede ser que no respires ¡mirá cuanto aire que hay, dale respirá!
A esta altura, lo que estamos y quedamos de este lado de la calle y no tenemos influencia en las decisiones, tratamos de ponernos en puntas de pie a ver si más allá se divisa algo que no sea horizonte lejano. O dicho sin parsimonia, estamos como Tarzán: colgados, en bolas y a los gritos. Nos quedan las imágenes de una campaña donde nos contaron lo que ya sabíamos, que Milei es lo que es, y algo de “hay que pararlo”. También escuchamos que el voto es tu voz, que si no votas, otros hablarán en tu nombre, pero ni siquiera nos dijeron qué decir, o una idea de que era exactamente lo que estaríamos diciendo. Algo. Aunque fuera una frase de sobrecito de azúcar o de un manual de autoayuda.
Quedamos a dos años de las próximas elecciones, y dicen que el enemigo es quien mejor enseña. No necesito rematar esta frase. Finalmente soy uno de los tantos que quedó diciendo frases de recuerdos inconexos mientras busca una idea, boquiabierto frente a las cifras de desesperación que mostraban las pantallas de un día que, francamente espero, no quede para el olvido.