El cineasta iraní Jafar Panahi rinde homenaje a su pueblo con este drama sobre el dolor de los represaliados por la crueldad del régimen de su país.
Por Sergi Sánchez
Para Fotogramas
HACÉ CLICK AQUÍ PARA UNIRTE AL CANAL DE WHATSAPP DE DIARIO PANORAMA Y ESTAR SIEMPRE INFORMADO
La alusión al 'Esperando a Godot 'de Samuel Beckett no es casual, porque la última Palma de Oro en Cannes tiene algo de ese teatro del absurdo en el que la parálisis amenaza con bloquear toda reacción afectiva. Y aquí los afectos son importantes: lo que se mueve es el dolor de los represaliados por la crueldad del régimen iraní, ese que tortura a los disidentes –si entendemos por disidencia el ejercicio de la libertad de expresión–, y lo importante es concluir si ese dolor silenciará sus gritos con la venganza.
'Un simple accidente' cuenta una historia simple, que podría titularse 'Cinco víctimas y un verdugo'. Arranca con un prólogo vagamente inquietante, el atropello de un perro en plena noche, el anuncio de un encuentro azaroso que, luego, da paso a una especie de road movie encapsulada en un dilema moral que la tensa como un thriller, y que, a ratos, coquetea con la sátira surrealista, confinada en una furgoneta en la que se dirime el destino de toda una sociedad, de una revolución que se coloca entre la espada de saldar cuentas con el pasado y la pared de pasar página y mirar hacia el futuro.
El plano fijo de un rostro con los ojos vendados es suficiente para explicar la compleja gama cromática de odio, rencor y sed de justicia de todo un pueblo, al que Panahi rinde homenaje otorgándole el don de la piedad. Otra cosa es que esa piedad sirva para algo: el perturbador final de la película, que hace un macabro uso del fuera de campo, no nos habla de la banalidad del mal sino de su supervivencia. Es este un film hecho de simetrías perversas y rimas abracadabrantes: como el séptimo círculo del infierno de Dante, se cierra sobre nuestras conciencias enterrándonos vivos.
Para amantes del cine político con las ideas claras.