Mike Flanagan, el creador de 'La maldición de Hill House' se aleja de su goticismo habitual en esta cinta que protagoniza un Tom Hiddleston, vulnerable e inolvidable.
Por Blai Morell
Para Fotogramas
HACÉ CLICK AQUÍ PARA UNIRTE AL CANAL DE WHATSAPP DE DIARIO PANORAMA Y ESTAR SIEMPRE INFORMADO
Desde el inicio, la película de Mike Flanagan, una de las más bellas y tristes que este cronista ha visto en mucho tiempo, parece susurrarnos que lo extraordinario late en lo más nimio y fugaz. Alejándose de su goticismo habitual, el creador de 'La maldición de Hill House' se sumerge en el relato de Stephen King con una delicadeza casi musical –¡qué importante es en la trama!–, hallando en cada silencio una resonancia íntima. El resultado es, quizás, una de las adaptaciones más inspiradas y sensibles jamás hechas de la prosa de Stephen King: convierte lo literario en pura emoción visual.
Esa estructura tripartita, que avanza en orden inverso, envuelve al espectador en un viaje de pérdida y memoria que invita a contemplar la muerte no como un final, sino como una sinfonía de recuerdos y gestos mínimos. Todo mientras Flanagan filma la vida como un destello que se extingue con dignidad, sin dramatismo impostado. Y cuando se encienden las luces, lo que queda no es el vacío, sino la luminosa certeza de que vivir, pese a todo, ha valido la pena. Una obra maestra que duele y abraza a partes iguales.
Para espectadores que buscan emociones más allá del género.