Chris Stuckmann, famoso por su exitoso canal de reseñas sobre cine de género en YouTube, se estrena como director.
Por Ricardo Rosado
Para Fotogramas
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Las fórmulas, más o menos manidas, existen porque funcionan. Podemos discutir después sobre cómo lograrlo sin caer en la repetición, sobre la necesidad de ir más allá y los peligros de los lugares comunes, pero poder ir a una sala oscura a ver genuino cine de terror en pleno octubre, y en el espectral contexto del ya poliédrico Festival de Sitges, es un regalo para los amantes de los horrores en celuloide.
'Shelby Oaks', primer largometraje de Chris Stuckmann, se afianza en múltiples tópicos del género para ofrecernos precisamente eso, un film de terror sin ambages, una sombría trama repleta de rincones oscuros en los que la tensión, los jumpscares y las más tétricas ideas fuera de plano se unen para hacernos pasar un estupendo mal rato a costa del sufrimiento de su protagonista, una mujer que sigue las pistas de su hermana, desaparecida mientras rodaba un documental sobre los horrores ocultos de un pueblo fantasma.
Su potente inicio no solo nos hace pensar en pilares como 'El proyecto de la bruja de Blair' (Daniel Myrick, Eduardo Sánchez, 1999), sino que recuerda a joyas contemporáneas a la espera de su merecida reivindicación como 'Encuentros paranormales' (Colin Minihan, Stuart Ortiz, 2011), 'Hell House LLC' (Stephen Cognetti, 2015) o la divertidísima 'Deadstream' (Joseph Winter, Vanessa Winter, 2022). Stuckmann, crítico de cine y youtuber estadounidense, aplica su vasto conocimiento para presentar una historia tan simple como potente, un anzuelo irresistible que juega con su propia ficción hasta que abandona el relato documental y, como dejándose llevar por el agotamiento de lo logrado hasta entonces, se rinde y nos separa de la idea de un nuevo creador de contenido alzado a los altares de lo truculento tras los imprescindibles hermanos Philippou.
Es una lástima ver cómo un producto tan cuidado en su inicio parece abandonarse a las convenciones narrativas con tanta rotundidad, como si el mismísimo Stuckmann, que subraya en sus vídeos lo mejor y lo peor de los trabajos de otros colegas, hubiese querido mostrar que también es capaz de filmar un proyecto opuesto al mostrado en el primer acto. Ni este brusco giro ni la producción radicalmente independiente (léase exigua pese a contar con el sello de Neon y Mike Flanagan) hacen mella en la destreza del realizador a la hora de mostrar en pantalla su para entonces ya usual cuento de terror, pero qué pena que el hilo conductor no haya conseguido asustarnos llevándonos por una senda más sinuosa e interesante.