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Opinión y Actualidad

Educar para la economía de la innovación

La educación suele estar en debate en la Argentina. Y, generalmente, los más ruidosos debates se relacionan con el presupuesto.

11/10/2025

Por Marcelo Elizondo, en diario La Nación
Pero Roger Kaufman (en su obra Strategic Thinking) solía recelar de las discusiones presupuestarias relativas a la educación diciendo que la estrategia educativa tiene tres grandes componentes: en primer lugar el nivel “micro” (el de los inputs), que se relaciona con los recursos de los que se vale la educación (desde los docentes hasta las aulas, pasando por el presupuesto monetario o los útiles tecnológicos); en segundo lugar, el nivel “macro” (el de los ouputs), que se relaciona con la cantidad de graduados que el sistema envía a la sociedad (cuántos títulos o certificados se emiten); y, en tercer lugar, el nivel “mega” (el de los outcomes), que se relaciona con el efectivo valor generado, que se mide a través de la constatación del éxito o fracaso de cada egresado del sistema en su vida futura (como ciudadano, como trabajador, como nuevo estudiante, etcétera).

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La Argentina discute mucho el nivel “micro” (el presupuesto, por ejemplo) y poco lo más relevante: el nivel “mega”: ¿cuál es la performance posterior de los que han pasado por el sistema?

Esta discusión es crítica en estos tiempos: el mundo vive desde hace medio siglo lo que se dio en llamar la KBE (knowledge based economy), o “economía basada en el conocimiento” (a fines de la década de 1960, Peter Drucker en su libro La era de la discontinuidad, puso en el lugar más destacado al saber como motor de la economía). El conocimiento es el mayor recurso del que puede valerse una sociedad para evolucionar o una economía para desarrollarse.

Pero ya puede afirmarse que la KBE hoy ha dado un paso hacia adelante y se ha transformado en la IBE: “economía basada en la innovación” (Lincoln Anthony, entre otros, plantea esta evolución), que se basa en el conocimiento como factor evolutivo, pero que se apoya en la introducción de nuevas ideas, productos, servicios o procesos (innovación) para impulsar el crecimiento económico, el desarrollo y el bienestar social.

Esto está cambiando sustancialmente los fundamentos del éxito para personas, organizaciones, empresas y gobiernos. Y lleva a la necesidad de evaluar el proceso de generación de conocimiento/innovación como componente crítico de la evolución.

En un estudio publicado en el International Journal of Innovation Management, Lotta Hassi –profesora del Departamento de Operaciones, Innovación y Data Sciences de la Esade Business School–, define las calidades del innovador exitoso con los siguientes 12 atributos: reflexión continua, exploración desprovista de ideas fijas previas, interacción constante entre el pensamiento abstracto y el concreto, una actitud orientada a la acción, capacidad para descubrir oportunidades donde otros ven obstáculos, resiliencia mental y adaptación positiva a la adversidad, profunda humildad intelectual para el reaprendizaje, coraje, capacidad de sensibilizarse positivamente ante la incertidumbre, aptitud para experimentar diseños valiosos, aprendizaje extractivo (que se logra de la comprensión y del aprovechamiento de lo inesperado) y capacidad de implementar las ideas.

Así, la “educación” para la nueva era (la de la innovación, que supera ya a la del mero conocimiento) requiere un trabajo integrado entre los institutos propiamente formativos más los aportes de las familias, la autodidaxia aprovechando la oferta de la economía digital conectada y –especialmente– los procesos instructivos que se logran en la etapa de la vida en la que las personas ingresan en la adultez laboral. Por eso, la educación hoy no se remite a una etapa, una institución o una metodología.

La nueva economía está actuando en consecuencia. Un mero ejemplo es el que la WIPO (World Intellectual Property Organization) muestra: la inversión en intangibles casi duplica ya la inversión tradicional en bienes físicos en el mundo. Los intangibles, explica, son: investigación y desarrollo, software, uso de datos, propiedad intelectual, inventos, capital intelectual, análisis de información de mercados, entrenamientos modernizados o capital organizacional. Y agrega que la mayor porción de la inversión en intangibles se da hoy en el rubro “capital organizacional” (que cubre los nuevos modelos de empresas, negocios, organizaciones; que se recrean en formatos abiertos, desjerarquizados, flexibles, tecnologizados y humano-céntricos). Y añade que muchas de estas inversiones ni siquiera se computan adecuadamente en el cálculo del producto bruto interno.

La Argentina necesita una modernización de buena parte de su economía. Algunos rubros ya se han adaptado a la nueva “economía de la innovación” que sucede a la “economía del conocimiento” (por caso, la agroproducción basada en ingeniería genética, agricultura de precisión, maquinaria agrícola altísimamente sofisticada, uso de drones y radares y creciente utilización de datos como insumos para la productividad es un buen ejemplo de ello). Pero queda mucho por reformular. Y en esa reformulación hay una anchísima gama de necesidades: desde la recuperación de los más postergados socialmente, pasando por el cambio de la economía en negro a la formalización, siguiendo por la mayor inserción internacional –incluido el acople tecnológico global–, un incremento de la inversión y llegando a la adaptación y adecuación de muchas personas ya formadas pero necesitadas de nueva adaptación.

La discusión educativa, así, debería abarcar más que la preeminente cuestión presupuestaria. Porque del nuevo saber depende el progreso como nunca antes.

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