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Opinión y Actualidad

¿Sirven las redes para conseguir pareja estable?

Los millennials fueron los primeros en enamorarse a través de internet. Ahora las redes sociales han monopolizado el mercado del amor y del sexo.

11/10/2025

Por Gabriel Payares, en diario Clarín
Los millennials fuimos la primera generación en enamorarse a través de internet. Normalmente ocurría en un chat, un foro o algún espacio semejante, a los que unos pocos llegábamos en busca de personas igual de tímidas o introvertidas, o simplemente con intereses similares a los nuestros.

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Si uno corría con suerte, se establecía algún tipo de canal privado de comunicación: el mensaje directo, el messenger de Hotmail, el teléfono de casa o, un poco más adelante, los mensajitos del celular.

El flirteo ocurría a distancia, por escrito, amparado en la inmediata posibilidad del bloqueo. Para muchos, era lo ideal. Para otros -la mayoría- una suerte de extravagancia. Cosas de nerds, de gentes raras o disfuncionales.

Recuerdo que así conocí a una de mis novias de juventud. Ella vivía en el oriente del país, a varias horas de Caracas, y tuvimos un romance virtual que yo interrumpía cada varios meses para tomar un bus y vivir con ella un par de semanas de desenfreno.

La gente a mi alrededor me miraba con un poco de lástima: “amor de lejos, amor de pendejos”, decían; o “amor de lejos, felices los cuatro” y otros refranes por el estilo. Lo cierto es que después ella se mudó a Caracas y vivimos juntos brevemente antes de que todo se acabara. Desde lejos se ven los toros.

El monopolio de las apps de citas
Lo que en ese entonces constituía una rareza, sin embargo, se ha convertido en la norma absoluta del cortejo en la actualidad. Las redes sociales y las aplicaciones de citas han monopolizado en buena medida esos asuntos.

Se han constituído en mediadores obligatorios y en administradores del mercado del amor y del sexo: la gente se conoce en un bar y se pide el Instagram, antes de intercambiar demasiadas palabras. O, peor aún, se escoge entre un catálogo de solicitantes y, como si fueran aplicantes de trabajo, negocian la posibilidad de una entrevista cara a cara.

Esto ha supuesto el surgimiento de códigos y lenguajes, naturalmente, cuando no de círculos íntimos y filtros de privacidad, mecanismos diseñados para otorgar a las personas mayor control sobre su imperativa presencia en estos bazares humanos digitales.

Una lógica compleja e innecesaria si uno piensa que, para conocerse, basta con sentarse a hablar un rato de la vida. Y es que, más que ayudar a los tímidos e introvertidos a ligar, este tipo de espacios han acabado por suplantar el encuentro, es decir, por alejar a las personas. No en balde la Generación Z padece una epidemia misteriosa de soledad.

El problema, a mi modo de ver, es que este tipo de empresas, lejos de vivir de solventar las necesidades del usuario, viven de fomentarlas. A fin de cuentas, su capital es la atención que les cedemos.

¿Le conviene a LinkedIn que uno consiga trabajo? No, le conviene que uno siga buscándolo, haciendo entrevistas, interactuando con los posteos pagos que le dan dinero a la empresa. Un usuario satisfecho es un usuario perdido para siempre. Ahora pregúntese: ¿Le conviene a Tinder que uno consiga pareja estable?