Drama sobre Bernhardt, cuyo magnetismo y teatralidad vital dialogan con figuras como Madonna, Beyoncé o Taylor Swift, artistas que han hecho de la 'performance' un poder cultural y político.
Por Roger Salvans
Para Fotogramas
HACÉ CLICK AQUÍ PARA UNIRTE AL CANAL DE WHATSAPP DE DIARIO PANORAMA Y ESTAR SIEMPRE INFORMADO
En su último film, Guillaume Nicloux retoma la senda de 'El secuestro de Michel Houellebecq': el cuestionamiento de la frontera entre persona y personaje. Si entonces lo hacía desde la ironía, aquí adopta un tono más solemne y fragmentario, con un tríptico temporal que rompe con la cronología clásica. Su mayor logro se centra en la reconstrucción estética del periodo: la Belle Époque revive mediante un dispositivo visual sofisticado: vestuario exuberante, escenografías de gran riqueza plástica y encuadres concebidos como 'tableaux vivants'. Una apuesta formal que subraya cómo lo teatral impregnaba la vida de la Divina.
Otro gran acierto reside en presentar a Bernhardt como paradigma de la celebridad moderna, anticipando fenómenos de espectacularización de lo femenino. Su magnetismo y teatralidad vital dialogan con figuras como Madonna, Beyoncé o Taylor Swift, artistas que han hecho de la 'performance' un poder cultural y político. Lástima que Kiberlain, pese a su entrega, no llegue a transmitir, lastrada por un guion embriagado de 'name dropping', el aura hipnótica que convirtió a Bernhardt en mito universal.