La cineasta noruega Mona Fastvold, coguionista de ‘The Brutalist’, estrena en la Competición Oficial del Festival de Venecia un musical que retrata el proyecto teológico del Movimiento Shaker, que en el siglo XVIII celebró la llegada de una nueva emisaria de Dios: una mujer llamada Ann Lee.
Por Manu Yáñez
Para Fotogramas
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Tratándose del nuevo trabajo de Mona Fastvold, la coguionista de ‘The Brutalist’, resulta difícil comentar ‘The Testament of Ann Lee’ sin remitirnos al film dirigido por Brady Corbet. Y, de hecho, ambas películas comparten varios rasgos distintivos: el empleo de montaje analógico, un metraje generoso (aunque ‘The Testament of Ann Lee’ solo alcanza los 130 minutos), la música de Daniel Blumberg, y por encima de todo una crónica histórica que extiende sus tentáculos hasta el presente.
Si en ‘The Brutalist’ la batalla entre los personajes de Adrien Brody y Guy Pierce servía para hablar de la perenne arrogancia de los poderosos y del talante transgresor de los verdaderos artistas (hoy más necesarios que nunca), ‘The Testament of Ann Lee’ pone sobre la mesa la continua y dramática lucha por la igualdad de género a través de la historia de Ann Lee, quien se reivindicó como la nueva emisaria de Dios en el siglo XVIII. En el caso de ‘The Testament of Ann Lee’, el talante transgresor de Fastvold se manifiesta con una energía inusitada en la decisión de convertir su película en un musical, un giro que es menos delirante de lo que podría parecer, dado que los seguidores de Ann Lee se hacían llamar “The Shakers” (“Los temblorosos”) por su forma espástica y danzarina de conectar con Dios.
‘The Testament of Ann Lee’ tenía todos los ingredientes para convertirse en una obra monumental, comenzando por el trabajo de Amanda Seyfried, quien vuelve a afinar la voz después de las entregas cinematográficas de ‘Mamma Mia’ para luego entregarse en cuerpo y alma a la encarnación del viacrucis de Ann Lee. Estamos ante una de esas interpretaciones femeninas kamikaze que abundaron en el cine de autor europeo durante el cambio de siglo, sobre todo gracias al interés de Lars von Trier por el género del melodrama. Así, en la Ann Lee a la que da vida Seyfried resuenan los ecos de los personajes angelicales y sufrientes de Emily Watson en ‘Rompiendo las olas’, de Nicole Kidman en ‘Dogvile’ y sobre todo de Björk en ‘Bailar en la oscuridad’, por el componente musical.
Aunque también resulta interesante destacar las diferencias entre la aproximación al musical de von Trier y Fastvold. Mientras el cineasta danés jugó con la idea de diferenciar los números musicales con el resto de su película, mediante el uso de estéticas antagónicas, en ‘The Testament of Ann Lee’ lo musical se entremezcla con lo dramático sin exponer ningún tipo de cicatriz estructural. Esto podría haber supuesto una ventaja –un modo de favorecer la cohesión de la película–, pero por desgracia el torrente fílmico que fabrica Fastvold resulta algo monótono. Los diferentes números musicales parecen repetir un mismo esquema –con la excepción de una memorable canción intimista que Seyfried interpreta en solitario–, lo que provoca una cierta sensación de reiteración o de falta de rumbo.
La razón tras la cierta escasez de pulso narrativo de ‘The Testament of Ann Lee’ –algo que ya afectaba a ‘El mundo que viene’, la anterior película de Fastvold– puede buscarse en el apego de la directora a la increíble historia real de Ann Lee. De hecho, la película va resiguiendo con disciplina cronológica la odisea de Lee y su congregación, desde los trágicos intentos de Ann por tener hijos (perdió cuatro bebés antes de que cumplieran un año) hasta el establecimiento de los “Shakers” en Estados Unidos, procedentes de Manchester, siguiendo las visiones de la nueva hija de Dios. Por el medio, asistimos a la llamada divina que experimenta Ann en prisión y su súbita decisión de permanecer célibe el resto de su vida. Este aspecto sexual resulta uno de los ejes más fascinantes de la película, en cuanto que introduce una paradoja en la crónica histórica: la mujer que introdujo la idea del igualitarismo en el seno de la religión, en el siglo XVIII, también impuso sobre su comunidad unos dogmas revestidos de conservadurismo.
Todo esto, sobre el papel, perfila una película urgente, cargada de gravedad. Sin embargo, pese a los esfuerzos de Fastvold por animar la acción con números musicales y un montaje vertiginoso y fragmentario (que en ocasiones recuerda al cine de Terrence Malick), ‘The Testament of Ann Lee’ acaba adoleciendo de un trazo narrativo demasiado difuso, sin altos y bajos bien perfilados. A la postre, la película, más que un retrato del océano bajo la tormenta, termina asemejándose al lento pero incesante avance de una marea, una marea trágica en la que se reflejan las grandes luchas ideológicas del presente.
Para rendirse al talento actoral de Amanda Seyfried.