Cada agosto, sus flores rosadas y amarillas transforman el paisaje y anticipan la llegada de la nueva estación. Autóctono del corazón de Sudamérica, el lapacho es símbolo de identidad, resistencia y belleza natural.
El lapacho es uno de los árboles más admirados de Sudamérica y un verdadero ícono del paisaje del Norte argentino. Cada fin de invierno, cuando la mayoría de las especies aún conservan un aspecto apagado, el lapacho sorprende: pierde todas sus hojas y estalla en flores rosadas, amarillas o blancas que cubren sus ramas por completo.
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Este fenómeno no es casualidad: al desprenderse del follaje, el árbol deja a sus flores brillar sin competencia y atraer a polinizadores como abejas y aves, garantizando así la continuidad de la especie. Un diseño perfecto de la naturaleza que explica por qué se lo considera un árbol “sabio” o “mágico”.
Originario del corazón de Sudamérica, el lapacho crece de manera autóctona en Argentina, Paraguay, Bolivia y Brasil. En nuestro país es protagonista de los paisajes de Tucumán, Salta, Jujuy, Misiones, Corrientes y Santiago del Estero. Cada agosto, sus flores marcan un momento esperado: si los lapachos florecen, es señal de que la primavera está tocando la puerta.
Además de su belleza ornamental, el lapacho tiene una fuerte carga simbólica y cultural. En muchas comunidades del Norte, se lo asocia con la resistencia y la esperanza, porque florece incluso en los momentos más fríos del año. En Paraguay, por ejemplo, el lapacho rosado es árbol nacional, mientras que en Argentina fue declarado árbol representativo de Misiones y flor provincial de Tucumán.
El lapacho, con su estallido de color en pleno invierno, no solo embellece calles, plazas y paisajes rurales, sino que se convirtió en un símbolo de identidad regional y en el mejor anuncio de que la primavera se acerca.