Producida por Netflix y presentada en el Festival de Venecia 2025, la nueva película de Noah Baumbach explora con acidez, ternura y autoconciencia la madurez de una gran estrella de Hollywood. Adam Sandler, Laura Dern y Emily Mortimer –que también figura como coguionista del film– encarnan a los miembros del séquito de Jay Kelly.
Por Manu Yáñez
Para Fotogramas
HACÉ CLICK AQUÍ PARA UNIRTE AL CANAL DE WHATSAPP DE DIARIO PANORAMA Y ESTAR SIEMPRE INFORMADO
En su seminal libro ‘Las estrellas cinematográficas’, el teórico Richard Dyer proponía un método infalible para estudiar el comportamiento, simbolismo y función de los grandes actores y actrices de Hollywood. La clave radicaba en no pensar en las estrellas de cine como personas de carne y hueso, sino en comprenderlas como productos industriales, objetos fabricados por la meca del cine para el consumo de los espectadores de todo el mundo.
El pensamiento de Dyer, marcado por la sombra de la teoría marxista, aflora en ciertos momentos de ‘Jay Kelly’, una película que, entre la efervescencia y el sosiego, admite que existe un abismo entre los mitos de Hollywood y los seres humanos que les ponen cara. De hecho, ese abismo se percibe con claridad en una magnífica escena en la que Jay Kelly –la estrella a la que da vida un autorreferencial George Clooney– se mira al espejo y, sumido en una especie de trance, comienza a recitar su nombre, emparejándolo con el de otros actores legendarios: “Jay Kelly, Gary Cooper, Jay Kelly, Clark Gable, Jay Kelly, Robert De Niro…”. El momento, que remite al monólogo de De Niro en ‘Taxi Driver’ (“¿Me estás hablando a mí?”), ilustra los severos problemas de identidad de Kelly, un actor veterano que ha alcanzado la cima hollywoodiense, pero que, atormentado por la culpa de no haber atendido adecuadamente a sus hijas, experimenta una severa crisis existencial.
Ilusiona pensar que Baumbach, uno de los grandes cineastas cinéfilos de nuestro tiempo, pueda haber aprendido la lección de Dyer. En otra escena ilustrativa de ‘Jay Kelly’, el agente del protagonista, llamado Ron y encarnado por el genial Adam Sandler, le espeta lo siguiente a su cliente: “Todo esto (el éxito) lo hemos construido juntos. ¡Yo también soy Jay Kelly!”. Baumbach, como hiciera Olivier Assayas en ‘Personal Shopper’, nos muestra el estrellato como un proyecto colectivo del que el actor o la actriz son solo la punta del iceberg.
Sin embargo, hay que admitir que a Baumbach no solo le interesa la estrella como producto, sino que, como buen dramaturgo de las emociones, también ansía explorar la dimensión humana de los mitos de Hollywood. Para ello, ‘Jay Kelly’ se sostiene sobre el pacto tácito y amigable que sellan Baumbach y Clooney. El director se compromete a emplear la ironía con finura y, en el fondo, a instigar en el espectador una mirada reverencial hacia la estrella. Mientras, el actor se mete de lleno en el juego autoparódico –su Jay Kelly es un tipo ególatra que ha naturalizado ser siempre el centro de todas las miradas–, pero nunca hay dudas de que estamos ante un homenaje velado a su figura. Salvando las distancias, ‘Jay Kelly’ podría ser para Clooney lo que ‘La sustancia’ fue para Demi Moore. Mientras Moore utilizaba la película de Coralie Fargeat para cuestionar el machismo y la dictadura de las apariencias que impera en la industria del entretenimiento, Clooney se embarca en ‘Jay Kelly’ con la intención de revelar la dimensión vampírica del “estrellato”, un fenómeno en el que las finanzas parecen valer más que los afectos.
No es la primera vez que Hollywood (en este caso, a través de una producción de Netflix) se mira en el espejo deformante de la ficción tragicómica. De ‘El crepúsculo de los dioses’ a la serie ‘The Studio’, pasando por títulos como ‘Cantando bajo la lluvia’ (Jay Kelly remite a Gene Kelly) o ‘The Player (El juego de Hollywood)’, la meca del cine adora autorretratarse con ironía. En este sentido, Baumbach, con su estilo punzante y con su creciente empatía hacia sus criaturas, parece el candidato perfecto para actualizar, en la era del estrellato digital, todo este universo de ensimismadas comedias dramáticas. Y, de hecho, hay pasajes de ‘Jay Kelly’ en los que se percibe una cierta grandeza fílmica. Sobre todo, en un conjunto de escenas en las que el protagonista se materializa en el interior de sus recuerdos, como ocurría en ‘Fresas salvajes’ de Ingmar Bergman o en ‘Annie Hall’ de Woody Allen. Es en estos momentos en lo que ‘Jay Kelly’ conquista un tono sereno, profundamente intimista, que permite a Baumbach meditar acerca de las luces y sombras del mundo del cine, desde la magia creativa de la “fábrica de sueños” hasta el precio que deben pagar los obreros de esta industria, renunciado a la vida familiar por el arte y el éxito.
En ‘Jay Kelly’, Baumbach no deja de ser Baumbach, con lo cual el director de ‘Frances Ha’ y ‘Ruido de fondo’ se las ingenia para insuflar a su película el frenesí, heredero de la comedia clásica de Hollywood, que caracteriza su cine. Y, junto al frenesí, también llegan altas dosis de barroquismo narrativo, algo que diluye parcialmente el potencial emotivo y meditativo de la película. Cuando se serena, ‘Jay Kelly’, con su halo bergmaniano y sus ecos del cine de Alexander Payne (presidente del jurado de la Mostra), consigue albergar una gran hondura crepuscular. Pero cuando se acelera, la película se pierde entre chanzas ingeniosas, situaciones grotescas y una excesiva colección de subtramas: los conflictos familiares de Jay y su agente Ron, los problemas de Jay con un amigo de juventud (Billy Crudup, siempre entonado), las preocupaciones de Ron con otro de sus clientes (interpretado por Patrick Wilson), los escarceos del agente con otro miembro del séquito de la estrella (Laura Dern)… Un conglomerado de historias que confluyen en el trayecto que realizan los personajes hasta un festival en la Italia rural que dedica un homenaje a Jay Kelly. El viaje remite inevitablemente a los relatos de americanos por Europa de Henry James, aunque Baumbach parece menos interesado por la idea del descubrimiento y más por la reflexión acerca del paso del tiempo.
Y es ahí, en el factor temporal, donde resida la otra gran baza de ‘Jay Kelly’. En la línea de diálogo más genial de la película, un fan ya veterano le espeta al protagonista una frase lapidaria: “Cuando te miro veo pasar mi vida entera”. Porque, ¿qué vemos realmente cuando miramos a una estrella de Hollywood? ¿Contemplamos sus atributos físicos y nos dejamos llevar por su fotogenia? ¿Apreciamos su carisma, sostén de su personalidad creativa? ¿O más bien nos vemos a nosotros mismos, en un peculiar reflejo autobiográfico que nos lleva hasta diferentes momentos de nuestra vida, siempre alumbrados por el resplandor mítico del actor o la actriz? Baumbach sabe evocar esta idea en el viaje memorístico de su protagonista, que repasa con sensibilidad y emoción su recorrido vital. Dicho esto, no es extraño que Baumbach decida citar en un diálogo a François Truffaut, el más cinéfilo de todos los cineastas. Y es que, con su delicado equilibrio entre comedia física y drama crepuscular, ‘Jay Kelly’ navega entre reflexiones sobre la vejez y el estrellato para acabar componiendo una carta de amor al poder testimonial del cine.