En esta Ítaca opuesta a lo idílico, Ralph Fiennes, cuyo cuerpo habla antes que su voz, encarna a un Odiseo extenuado a quien se encuadra con devoción pictórica.
Por Antonio Trashorras
Para Fotogramas
HACÉ CLICK AQUÍ PARA UNIRTE AL CANAL DE WHATSAPP DE DIARIO PANORAMA Y ESTAR SIEMPRE INFORMADO
La depuración del original homérico efectuada aquí por Uberto Pasolini conjuga pragmatismo coyuntural y lucidez conceptual. Renunciando a los Cantos centrales de la ‘Odisea’ para picotear en ciertos pasajes de la llamada Telemaquia (la sección inicial) y, sobre todo, desmenuzar de modo íntimo y reconcentrado la última parte del poema (La venganza de Odiseo), su apuesta, tanto creativa como industrial, huye del comercialismo y la espectacularidad que audiencias ajenas a la cinefilia de gama alta esperarían de una producción con reparto estelar.
Sin pirotecnias ni solemnidades impostadas, el cineasta italiano despoja la ‘Odisea’ de todo su aparato mitológico-fantástico para concentrarse en su dimensión más humana y crepuscular. Es decir, aquí no palpita la celebración de la aventura, sino una frugalidad estética que deviene esencia del discurso, y donde entorno y anatomía cobran protagonismo.
Paisajes desolados y construcciones pétreas carentes de ornamento ejercen de geografía emocional, mientras que una escenografía en las antípodas de Hollywood incide en una materialidad áspera, acorde con una concepción no idealizada del mundo antiguo. Así, la luz natural modela imágenes cargadas de densidad simbólica, creando un territorio erosionado por la ausencia, el duelo y la violencia larvada donde el claroscuro no es recurso estético sino expresión del estado anímico de los personajes: interiores velados, figuras delineadas por el fuego, rostros tallados por la penumbra…
En esta Ítaca opuesta a lo idílico, Ralph Fiennes, cuyo cuerpo habla antes que su voz, encarna a un Odiseo extenuado a quien se encuadra con devoción pictórica, convirtiendo cada plano en un estudio anatómico del desgaste, con algo de Ribera o Caravaggio en esa fisicidad doliente.
En dicho universo plástico, Juliette Binoche es una Penélope marmórea, plena de dignidad y contención, pura herida interna hecha silencio y emoción suspendida que resulta difícil no emparentar con aquella 'Medea' de Maria Callas, dirigida por un Pier Paolo Pasolini con quien, hasta ahora, el director de ‘El regreso de Ulises’, apellido aparte, poco parecía tener en común.