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Opinión y Actualidad

La incredibilidad cotidiana

Hace ya algunos años, durante la pandemia --ese encierro prolongado que parecía no tener fin, y que por momentos temimos que terminara con el mundo tal como lo conocíamos-- escribí una serie de artículos reflexionando sobre aquel tiempo inédito y sus posibles consecuencias, si es que lográbamos salir de él.

22/08/2025

Por Marcos Vul
Para Página 12

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Uno de esos textos, fechado en octubre de 2020, se titulaba La importancia de la revolución digital en tiempos de pandemia. Inspirado por The Game, de Alessandro Baricco, me permití entonces esbozar algunas ideas sobre los efectos, tanto positivos como perjudiciales, de la revolución digital que, iniciada a mediados del siglo XX, se aceleraba con fuerza ante nuestros ojos.

Hoy, apenas cinco años después, mucho de lo que allí escribí ha quedado obsoleto. La irrupción de herramientas como ChatGPT --un modelo de inteligencia artificial desarrollado por OpenAI, capaz de generar texto con sorprendente naturalidad-- ha transformado de forma radical nuestra relación con el lenguaje, la información y la interacción cotidiana.

Con una simple búsqueda en Google, cualquiera puede entender qué es ChatGPT y para qué sirve. Su potencial es inmenso: generar artículos, redactar correos, escribir cuentos, traducir idiomas, resumir documentos, ayudar a programar, resolver problemas complejos o incluso contar chistes. Y eso es solo el principio.

Pero el impacto no es meramente técnico. Es existencial. La sensación de vértigo frente a esta “algoritmización” de la vida cotidiana es difícil de evitar. Todo lo que volcamos en la nube --nuestros textos, nuestras ideas, nuestras dudas-- se convierte en parte de un enorme sistema de datos. La privacidad se diluye. La velocidad nos devora. Y nos preguntamos, ¿somos realmente conscientes de lo que implica esta aceleración? ¿Podremos recuperar algo de lo que fuimos, de lo que tuvimos?

Se anuncian cambios profundos. Profesiones enteras --de la salud, la educación, el periodismo-- se ven amenazadas. La línea entre lo verdadero y lo falso se torna borrosa. La desinformación y la manipulación encuentran terreno fértil. ¿Qué será de nosotros cuando la mayoría de las respuestas las dé una máquina, y la mayoría de las decisiones se tomen con base en sus resultados?

Los que crecimos en otro mundo, los que aprendimos a imaginar a través de los libros, los que viajamos con Sandokán junto con su entrañable amigo Yañez por la Malasia colonial, con los mosqueteros al grito de “¡Uno para todos y todos para uno!”, los que sentimos la tristeza de La cabaña del Tío Tom, el vértigo de Viaje al centro de la Tierra o la justicia social, la solidaridad y la nobleza de Robin Hood, aprendiendo a sacarle a los mas ricos para dárselos a los mas pobres y necesitados, no podemos dejar de preguntarnos: ¿todo eso podrá ser reemplazado por un algoritmo?

La respuesta es no.

Hoy el mundo es Hood Robin

¿Podrá ChatGPT suplantar el descubrimiento de la Patagonia con Hudson, la selva de Quiroga, la magia de Verne, la emoción de Juvenilia, la sensibilidad de Corazón, o el existencialismo feroz de Hermann Hesse? Visto no como un existencialista académico pero si como un escritor profundamente existencial. Nuevamente y claramente, no.

Aquella Biblioteca que nos formó, esa que nos mostró otros mundos posibles y nos ayudó a elegir nuestras profesiones, no es intercambiable por una pantalla. La fantasía, la creatividad, la capacidad de empatizar y soñar no pueden ser sustituidas por una respuesta automática, por más sofisticada que sea.

¿Cómo se puede comprender, en este siglo XXI, que se haya tirado por la borda todo lo que caracterizó lo mejor del siglo XX y su esperanza del Hombre Nuevo, y la Pasion por lo real, como planteaba Alain Badiou?

Aunque haya sido también el siglo totalitario, y del triunfo del capitalismo y el mercado mundial y que hoy se estén repitiendo las guerras y los exterminios por parte de aquellos que fueron víctimas de los peores horrores del Holocausto.

Solamente el recordar no nos garantiza la no repetición.

Todo lo que está sucediendo, nos parece increíble, pero es lo que hay.

Por eso hablamos de la incredibilidad cotidiana.

Sin embargo, aquí estamos. En un mundo donde los niños aprenden a deslizar pantallas antes de aprender a hablar. Donde los padres ya no son la primera fuente de consulta, sino que lo es una aplicación. Donde preguntar tiene menos valor que obtener respuestas inmediatas, aunque vacías de sentido.

Incluso ya se estudia cómo formular mejores preguntas a las IA: el "prompt engineering" es una nueva disciplina. Pero ¿qué pasa con la pregunta por excelencia, la que no busca respuesta, sino pensamiento? ¿Qué lugar queda para la duda?

Vivimos inmersos en una cultura que valora la certeza y desprecia la incertidumbre. La duda era de otro siglo. La búsqueda es de respuesta que cierra, y no de pregunta que abra. Donde prima lo instantáneo, lo eficiente, lo utilitario. Pero como decía Edgar Morin, “somos hijos de la incertidumbre”. Negarla es negarnos.

Hoy las vivencias tienden a ser artificiales, exentas de emoción genuina. Predomina la crueldad sobre la empatía, el goce narcisista sobre el respeto, la descalificación sobre el diálogo. Y mientras tanto, valores como la justicia social, la solidaridad, la fraternidad, parecen haber quedado en un siglo pasado. Aquel mundo de esperanza y lectura, de ideales y comunidad, parece cada vez más lejano.

En nuestra infancia, los héroes ocultaban su identidad. Hacían el bien desde el anonimato. Hoy, en cambio, lo que se premia es la exposición violenta, el insulto viral, la cancelación mediática. El anonimato ya no es escudo del héroe, sino refugio del agresor.

Como afirmaba Ernest Jünger, “los hombres se vuelven a la vez más civilizados y más bárbaros”. Walter Benjamin, desde las antípodas de esa ideología de derecha, lo complementaba: “Todo acto de cultura es también un acto de barbarie”. La inteligencia artificial, sin dudas, es un acto de cultura, en tiempos de barbarie.

Pero no debemos olvidar la otra cara de la moneda.

Es importante, también, diferenciar qué es realmente la IA frente a otras tecnologías. Google es un buscador: consulta internet en tiempo real y nos deriva a enlaces. No dialoga, no crea. ChatGPT, en cambio, es un modelo entrenado con textos y conocimientos hasta cierto momento, que simula una conversación y genera contenido original, aunque sin acceso a la web en tiempo real. Por eso, la elección depende del propósito: si se busca una explicación personalizada, una ayuda creativa, un texto claro y directo, ChatGPT es la herramienta. Si se busca información actual, múltiples fuentes o acceso a contenido publicado, Google sigue siendo el camino.

Pero la pregunta de fondo sigue ahí: ¿la inteligencia artificial es un oxímoron? ¿Una contradicción en sí misma, como una "muerte viviente”?