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Opinión y Actualidad

La guerra más larga

Hoy echamos de menos figuras capaces de defender las exigencias de paz y democracia frente a los abusos de poder.

Hoy 05:55

Por Juan Luis Cebrián, en diario Clarín
El título de esta crónica es el de un libro de Jacobo Timerman, mítico periodista argentino, que figura entre los ídolos de mi profesión a los que he admirado y con los que felizmente tuve oportunidad de tratar y aprender de sus experiencias. Él, junto con André Fontaine y Jean Marie Colombani de Le Monde, Harold Evans, del Sunday Times, y los italianos Indro Montanelli y Eugenio Scalfari, persisten en mi memoria como maestros a los que respeto y admiro y a quienes trato inútilmente de emular.

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Timerman, sionista convencido, es afamado en la opinión publica argentina e internacional por su lucha contra la junta militar de su país pero también por sus denuncias de la arbitrariedad y excesos cometidos por los gobiernos israelíes contra los trabajadores palestinos y su condena de la invasión del Líbano, tema del libro al que corresponde el título en cuestión.

Su independencia, su pasión y defensa de la democracia le ocasionaron persecución, cárcel y torturas, incomprensión y hasta una cierta persecución moral por parte de sus compatriotas tanto israelíes como argentinos. Pero hoy echamos de menos figuras como las anteriormente citadas, capaces de defender las exigencias de paz y democracia frente a los abusos del poder: la invasión de Ukrania, el genocidio en Gaza, y el renacer del imperialismo como protagonista de la creación de un nuevo orden mundial.

Escribo esta nota un par de días antes de la reunión entre Trump y Putin en Alaska, para negociar un alto el fuego o un plan de paz en Ucrania y al hilo de la intervención del gobierno de Netanyahu en la Franja, fenómenos ambos que mucho tienen que ver con ese nuevo orden mundial, político y económico, protagonizado por la civilización digital en ciernes.

La situación en Oriente Medio y Palestina es lo que nos permite hablar de la guerra más larga, pero la escalada de las batallas en el corazón de Europa, que han provocado ya cuatro o cinco veces el número de victimas del genocidio en Gaza, se muestra a los ojos de los espectadores de televisión como un juego de geopolítica de mesa, en donde el sufrimiento humano es el último de los protagonistas frente a las discusiones estratégicas, las tácticas militares, las cesiones territoriales y las ambiciones políticas de ambos lados.

La dignidad de las víctimas en ambos casos viene siendo ofendida dramáticamente por gran parte de los rectores de la política mundial, como puso de relieve el comentario del presidente Trump sobre el futuro de Gaza como la playa más cotizada del Mediterráneo. Hizo el comentario, presumiblemente ingenioso, en realidad irritante para cualquiera que crea en la dignidad fundamental del género humano, a la sombra de los cadáveres de miles de gentes, muchas de ellas niños, víctimas de las bombas y del hambre.

La Historia dirá si finalmente los terroristas de Hamas, y dirigentes como Netanyahu y Putin, quien sabe si otros también, serán juzgados por los tribunales, la opinión pública mundial y sus propios ciudadanos, sobre los crímenes de guerra cometidos. Pero igualmente habrá que recabar responsabilidades a los líderes de la llamada Europa Unida, cuya incapacidad política, y sus errores pasados y presentes, son también responsables de la temible situación creada.

En el caso de Gaza el reconocimiento del estado palestino, llevado a cabo o prometido por una amplia mayoría de estados europeos, tiene un valor simbólico respetable pero en nada ayuda a resolver el conflicto político y el desastre humanitario creado por la invasión y destrucción de la franja. Más de mil sanitarios y cientos de trabajadores de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo han muerto; cientos de periodistas han sido asesinados también por las fuerzas israelíes.

Los denunciantes de esta situación son frecuentemente acusados de antisemitismo, injuria que recibió el propio Timerman , sionista convencido que nunca renunció a su ciudadanía israelí y defendió la memoria del fundador del país “David Ben Gurion, el demócrata, el socialista, el pluralista, el que introdujo a los judíos en la historia” y de Menájem Begin , quien “dio presencia e identidad política a los marginados, los sefaradim, modificando la estructura de poder en Israel”. De los países occidentales solo Estados Unidos está presente en las negociaciones lideradas por Egipto, Arabia Saudi y Qatar para logra un alto el fuego y la liberación de los rehenes israelíes todavía en manos de Hamas. Por el momento no hay perspectiva alguna de posible acuerdo.

En lo que se refiere a Ucrania el papel político de la Unión Europea no puede estar más oscurecido. Tras un desastroso protocolo firmado entre Trump y la UE respecto a los aranceles, el protagonismo respecto a Ucrania lo han intentado asumir el premier británico, cuyo país no es miembro de la Unión, el presidente francés y el canciller alemán.

Este ya ha prometido que su país tendrá el ejército más poderoso del continente, lo que dada su historia durante la primera mitad del siglo XX y el crecimiento en su territorio de la extrema derecha no es un mensaje del todo tranquilizador. Se ha hablado mucho de compromisos de inversión y de rearme global, pero muy poco que se sepa sobre cuales son las prioridades europeas en seguridad y defensa.

Por supuesto Centroeuropa y lo países fronterizos con Rusia tienen necesidades especificas pero Moscú nunca aceptará la existencia de bases militares extranjeras potencialmente hostiles en suelo ucraniano. Por lo demás la coa se complica aún más por la destrucción de la antigua Yugoslavia con la complicidad de la NATO, el genocidio de Srebrenica, que junto a los de Camboya y Ruanda son los únicos que yo recuerde haber sido castigados por el Tribunal Internacional, y la existencia de un estado como Kosovo, apoyado por Occidente frente a las reticencias justificadas de Serbia, pero también del gobierno español.

Este, debería mostrarse preocupado por la situación en el Mediterráneo, y la presencia rusa en Libia y en el Sahel. Pero ni siquiera es capaz de enviar al Parlamento un proyecto sobre la defensa nacional y la seguridad del país. Sánchez ha perdido su antiguo prestigio como superviviente del socialismo democrático en Europa, acosado por las fundadas acusaciones de corrupción de su familia; la imputación de su fiscal general por revelación de secretos; y el sometimiento tecnológico a los intereses de de Pekin, remunerado por lo demás a una empresa perteneciente a la familia del expresidente Zapatero.

A su vez, este se ha convertido en principal valedor del tirano venezolano. Las tendencias antidemocráticas de la gestión sanchista, el asalto a las instituciones, el clientelismo en la gobernación del partido y de la ineficacia en la gestión de serios problemas como la ausencia de vivienda para las clases medias marcan el declive de su imagen. Todo eso al margen su complicidad interesada con los separatistas catalanes y los herederos del antiguo terrorismo de ETA.

Rusia es la primera potencia nuclear del mundo, amén de constituir el país más extenso, por lo que es impensable que haya paz en Europa sin un acuerdo estable con Moscú. Las naciones limítrofes tienen fundados motivos para temer una agresión de su ejército si no se da una solución adecuada y estable al conflicto de Ucrania. Y tanto este como la inhumana situación del de Gaza corren peligro de extenderse al tiempo que los líderes europeos son incapaces de mantener su unidad de acción y decisión, por más que la proclamen.

Los interrogantes aún sin contestar en medio de este inicial y preocupante desorden mundial en el que ya estamos instalados, son si Putin y Trump tratarán de resolver el caso ucraniano al margen la visión europea; y si nadie en Occidente llamará de una vez al orden a Netanyahu, que está destruyendo los cimientos de cualquier posible estado palestino por muy reconocido que este sea por los benévolos gobiernos de Europa.

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