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Opinión y Actualidad

La decepción de San Martín

Tanto reivindicar el sueño de la Patria Grande, en Sudamérica los países caminan cada uno por separado, orientados -o desorientados- por la impronta coyuntural de sus políticas domésticas.

17/08/2025

Por Fabián Bosoer, en diario Clarín
Es curioso: en plena crisis de los partidos políticos tradicionales, cuando, en muchos casos, estos estallaron, mutan o desaparecen de escena, las relaciones entre los gobiernos latinoamericanos están condicionadas, como pocas veces en el pasado, por el partidismo y el sesgo ideológico.

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De tanto reivindicar el sueño de la Patria Grande, nuestros países caminan cada uno por separado, orientados -o desorientados- por la impronta coyuntural de sus políticas domésticas, los personalismos y las simpatías o antipatías entre sus presidentes. La consecuencia: estamos más cerca de los vecinos pero más para meternos en sus discordias políticas que para promover lo que nos une, por encima de banderas partidarias o diferencias ideológicas.

Así nacimos a la vida independiente. Entre epopeyas emancipadoras y guerras civiles, las disputas regionales y luchas intestinas llevaron al propio José de San Martín al auto-exilio luego de liberar a medio continente.

Su desencanto se debió principalmente a esa inestabilidad política y la falta de unidad en las Provincias Unidas del Río de la Plata, además de las calumnias y difamaciones que sufrió por parte de sectores políticos enfrascados en las intrigas de poder, y detractores que veían su presencia como una amenaza. Estas circunstancias lo llevaron a tomar la decisión de exiliarse en Europa.

En una Argentina en gestación, San Martín observó las profundas divisiones entre unitarios y federales, los frecuentes enfrentamientos y cambios de gobierno, las luchas por el poder entre las facciones políticas. El Libertador, que había dedicado su vida a la lucha por la independencia, se sintió frustrado por el predominio de los intereses mezquinos en sus dirigencias y la falta de compromiso con el bien común.

En 1829, intentó regresar, pero al enterarse del fusilamiento de Dorrego ordenado por Lavalle, y advertido de sus implicancias inmediatas, decidió no desembarcar y regresar a Europa. En su conocida carta a su camarada Tomás Guido expresó su honda amargura por la situación del país y su incapacidad para vivir en un ambiente de convulsión política, bajo “el furor de pasiones exaltadas que no consultan otro principio que el de la venganza”.

San Martín decidió retirarse de la vida pública y alejarse de la política sudamericana, desilusionado por el rumbo que habían tomado las nacientes repúblicas. A 175 años de su muerte, a la hora de recordar su figura y su legado, aquella decepción se proyecta a los tiempos actuales como un designio que propicia, cuanto menos, una reflexión compartida sobre la erosión de la estatalidad en América latina.

No, en este caso, la del Estado que oprime a la sociedad o aplasta la actividad privada sino la del Estado democrático que representa a la nación y garantiza la alternancia en el poder, entendiendo a esta no como un defecto o un problema sino como un atributo de la democracia, requisito para un genuino desarrollo. Lejos estamos de ello, pero sigue siendo un mandato secular.