El uso de plataformas de IA como ChatGPT está transformando las rutinas de los estudiantes, lo que plantea un desafío para docentes, familias y alumnos.
La tecnología avanza a pasos agigantados, y la inteligencia artificial (IA) se ha instalado de manera firme en las rutinas escolares. Lo que antes era una escena típica de tarea escolar —con lápiz, hojas y quizás algo de ayuda de los padres— ahora se transforma en una interacción con plataformas de IA, como ChatGPT, que resuelven ejercicios y generan textos con rapidez. Pero, ¿qué ocurre con el aprendizaje real cuando una máquina puede hacer el trabajo en segundos?
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Según un estudio conjunto de UNICEF y UNESCO, más de la mitad de los menores entre 9 y 17 años usan inteligencia artificial, y de ese grupo, dos de cada tres la utilizan con fines escolares. Este fenómeno plantea un cambio radical en las prácticas educativas y abre el debate sobre el rol activo de los docentes, los estudiantes y las familias en el uso responsable de la tecnología.
El dilema: ¿trabajo colaborativo o dependencia tecnológica?
En los primeros años de escolaridad, las tareas aún mantienen su estructura tradicional, pensadas para reforzar lo aprendido en clase. Sin embargo, con la llegada de la secundaria y las asignaturas más complejas, las plataformas de IA empiezan a jugar un rol más evidente, ya que los estudiantes recurren a ellas para resolver actividades sin un proceso real de reflexión. Esto plantea una gran pregunta: qué sentido tiene la tarea si la máquina puede hacerla?
En este sentido, Laura Rosingana, vicedirectora y especialista en educación, opina que más importante que identificar el uso de IA es fomentar un diálogo honesto con los estudiantes sobre cómo utilizar estas herramientas de forma crítica. “La IA es una herramienta que nuestros estudiantes van a usar, más allá de si nosotros pensamos que deben o no hacerlo”, afirma Rosingana.
¿Detectar o enseñar?
El uso de IA no siempre es fácil de identificar, aunque existen plataformas que ayudan a comprobar si un texto fue generado por estas herramientas. Aun así, en los primeros ciclos escolares, la cercanía entre docentes y estudiantes hace que los trabajos sean fácilmente identificables si algo no corresponde al estilo habitual del alumno.
La solución, según Daniel Farina, docente con décadas de experiencia, no está en prohibir la IA, sino en enseñar a usarla con criterio. “Más que respuestas, nuestros alumnos necesitan aprender a formular preguntas”, destaca. Este enfoque no solo potencia el pensamiento crítico, sino que también cambia la forma en que los estudiantes abordan la información.
Replantear, no eliminar la tarea escolar
Lejos de suprimir las tareas, los especialistas proponen adaptarlas a los tiempos actuales. Una de las ideas es pedir a los estudiantes que expliquen cómo usaron la IA en su trabajo. Preguntas como: ¿cómo la emplearon?, ¿qué información se extrajo de ella?, y ¿cómo validaron sus respuestas? no solo buscan evitar trampas, sino que fomentan la reflexión crítica sobre el uso de la tecnología.
De esta manera, el proceso de aprendizaje no se pierde, sino que se enriquece. Como ejemplo, el Proyecto Dragones, realizado en una escuela primaria, usó IA para generar imágenes a partir de descripciones de los estudiantes. Este ejercicio no solo sirvió para mejorar la escritura, sino también para abrir debates sobre la interpretación de lo descrito y la relación entre lo imaginado y lo representado por la máquina.
La IA como aliada pedagógica
La inteligencia artificial no necesariamente tiene que ser el enemigo de la educación, sino una herramienta más si se utiliza de manera pedagógica. Formarse en el uso responsable de la IA será esencial para los docentes, quienes deben guiar a los estudiantes no solo en el contenido académico, sino en cómo integrar la tecnología en sus procesos de aprendizaje de forma ética y crítica.
El rol del vínculo en la educación
Por último, Daniel Farina resalta que el mayor desafío en educación no es solo tecnológico, sino humano. “Si alguien no puede tomar una evaluación por temor al uso de IA, es porque no sabe evaluar”. Para Farina, lo que realmente importa en la educación es el vínculo entre docentes y estudiantes. Si no hay un vínculo genuino, el aprendizaje será vacío, sin importar cuántas tareas o tecnologías se utilicen.
La escuela sigue siendo el lugar donde no solo se aprenden herramientas, sino también valores, identidad y la capacidad de discernir el valor real de las tecnologías que nos rodean. En este nuevo escenario, los docentes tienen la misión de acompañar a los estudiantes en un viaje donde el pensamiento crítico y el uso responsable de la tecnología se convierten en competencias esenciales para el siglo XXI.