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Opinión y Actualidad

El desafío de una paz duradera

El hundimiento del multilateralismo ha minado la credibilidad de las instituciones internacionales, que, pese a disponer de espacios para enarbolar elegantes discursos elocuentes y producir un sinnúmero de informes, no consiguen mitigar el entramado de complejas crisis que se intensifican día a día.

19/07/2025

Por Martín Rafael López (*), en diario La Nación
En su discurso de apertura de la sesión plenaria de la Cumbre del Futuro en septiembre de 2024, el secretario general de la ONU, António Guterres, proclamaba sin hesitar: “Estamos aquí para rescatar al multilateralismo del abismo [...] Los conflictos se están intensificando y multiplicando desde Medio Oriente hasta Ucrania y Sudán, sin que se vislumbre un final. Nuestro sistema de seguridad colectiva está amenazado por las divisiones geopolíticas, las posturas nucleares y el desarrollo de nuevas armas y teatros de guerra”.

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Asimismo, subrayaba que el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas se encontraba obsoleto y que su autoridad se estaba erosionando, señalando que a menos que se reformen su composición y sus métodos de trabajo, acabaría perdiendo toda credibilidad.

A pesar del visto bueno de los 193 representantes de Estados presentes aquel día, el presente ratifica el fracaso de todo intento por acordar una respuesta global efectiva para evitar el recrudecimiento de tensiones y la proliferación de las guerras sin restricciones que se desarrollan en la actualidad. Tanto es así que, según un relevamiento del Instituto para la Paz de Oslo finalizado en 2024, se identificaron 61 conflictos armados, el mayor número registrado desde comienzos de la segunda mitad del siglo pasado.

Como bien sostiene el analista internacional Alberto Hutschenreuter, “la geopolítica nunca se fue”. Por el contrario, la sempiterna guerra en Ucrania, la crítica y caótica situación en la Franja de Gaza y la recientemente bautizada “Guerra de los 12 días” son claros ejemplos que demuestran que ocupa el centro de la política internacional.

Aunque el vocablo geopolítica, y su consecuente sistematización como disciplina de estudio, nació hace poco más de un siglo, como práctica que implica la proyección de intereses políticos sobre territorios o espacios geográficos con fines –mayormente– asociados a lograr ganancias de poder para los Estados es protohistórica y continua.

Frente a este contexto, la advertencia de Guterres cobra una resonancia ineludible. El hundimiento del multilateralismo ha minado la credibilidad de las instituciones internacionales, que, pese a disponer de espacios para enarbolar elegantes discursos elocuentes y producir un sinnúmero de informes, no consiguen mitigar el entramado de complejas crisis que se intensifican día a día. Tal y como sostenía el académico estadounidense John Mearsheimer en 2001, la estructura del sistema internacional incentiva a los Estados a maximizar su poder a expensas de sus rivales. En un ambiente de creciente desconfianza, los Estados refuerzan incesantemente sus capacidades para garantizar su supervivencia y seguridad nacional.

Sin perjuicio de ello, siempre será congruente priorizar el alcance de un orden o equilibrio que permita un plan de convivencia entre Estados. En este sentido, la creación de distintos organismos y regímenes internacionales han permitido, hasta el momento, superar en parte el estado de anarquía o “ley de la selva” e incluso han beneficiado a las naciones más vulnerables en la defensa de sus intereses. Ejemplos notables son los avances alcanzados en el marco de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar y el establecimiento de un ordenamiento jurídico integral para la protección del continente antártico a través del Sistema del Tratado Antártico (STA).

Entrado un cuarto de siglo del cambio de era y en una era de cambios, gran parte de estas estructuras creadas en el siglo XX resultan demodées. Surge por ello la imperiosa necesidad de renovar este vetusto modelo institucional y explorar nuevas iniciativas que lo hagan más acorde a los desafíos actuales. Ahora bien, así también como demuestra Yan Xuetong, en su obra Liderazgo y el ascenso de las grandes potencias, el liderazgo internacional sigue siendo el factor clave del orden internacional.

El profesor de la Universidad de Tsinghua sostiene que los líderes o conductores de los Estados están llamados a decidir cómo enmarcar los acontecimientos actuales, participando activamente en el establecimiento de regímenes regionales y globales y en la definición de las reglas y normas que configurarán el orden internacional.

Para ello, deberán lograr encontrar los medios para alcanzar una sensible reducción del nivel de insatisfacciones de los principales actores confrontados en el sistema internacional.

En este sentido, más allá de los exuberantes anuncios de “paz” del presidente Trump por el alto el fuego alcanzado en la “Guerra de los 12 días”, solo el resultado final de las negociaciones en marcha determinará si se logró solo la “paz posible” o la verdadera “paz anhelada” que no solo apacigüe y modere a los actores confrontados, sino que también logre la estabilidad (aunque siempre relativa) regional.

En suma, hoy vemos cómo el mundo está en un vórtice en el cual los conflictos se intensifican y, a pesar de anuncios de cese de hostilidades, la mayoría de las veces se retorna a la inestabilidad.

Para evitar un estallido mayor y que el conjunto de crisis no se conviertan en la urdimbre de una escena catastrófica, es imprescindible que los principales actores internacionales asuman el compromiso de liderar, cooperar y establecer mecanismos de arbitraje frente a cualquier atisbo de tensión, pero también que logren gestionar una armonización de los intereses en pugna que a largo plazo permitan atenuar la predominancia de un exacerbado modelo de poder por sobre el modelo institucional.ß

(*) Profesor de Relaciones Internacionales (Ucalp), Especialista en Estudios Chinos (UNLP)

TEMAS ONU Paz