Tras una primera temporada espectacular y una segunda decepcionante, "El juego del calamar" vuelve para zanjarlo todo.
Por Álvaro Onieva
Para Fotogramas
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La que todavía ostenta el título de la serie más vista en toda la historia de Netflix, 'El juego del calamar', ha llegado a su final frente a una pasmosa indiferencia: en los días previos a su estreno no hemos visto ni una intensa promoción por parte de la plataforma (quizás porque, inviertan o no, el pescado ya está vendido) pero tampoco una gran anticipación por parte del público.
Quizás el problema de la serie haya sido que tras una primera temporada espectacular y bastante redonda, se sacaron de la chistera una continuación que no convenció a nadie. La segunda temporada de la serie no era espantosa, pero sí redundante, y se perdía el efecto sorpresa. La tercera, viene a saldar cuentas: cerrar la trama de esa segunda entrega, que cerraba con una interrupción abrupta de su historia para emplazarnos a volver ahora.
Y, a pesar de esa indiferencia que nos produce la serie a estas alturas, ahí hemos estado para comprobar cuál es el desenlace, a pesar de que la emoción se haya disipado por el camino. El visionado no ha sido fácil; seis episodios componen esta temporada, pero bien podrían haber sido la mitad, y si algo les ha caracterizado ha sido su previsibilidad. Tampoco ayuda la decisión de tener al protagonista todo el rato haciendo un ejercicio de introspección y casi catatónico.
Nuevamente, la serie brilla cuando despliega ante el espectador sus juegos (en esta tanda, el pilla pilla y la comba funcionan a las mil maravillas), pero se atasca en los tramos intermedios o en las tramas secundarias. Ejemplo de ello es el tercer episodio de esta temporada: entre un juego y otro asistimos a cuarenta minutos de hastío, donde se supone que están empujando las emociones de los personajes al límite, pero solo nos provocan el bostezo.
Y es que, como espectadores, es fácil haber ido aprendiendo cuándo 'El juego del calamar' va a disolver sus tramas y mandar a los concursantes reconocibles (los que tienen una historia y no son simples figurantes) para el otro barrio. No hay que ser un lince para ir adivinando cuándo le toca doblar la servilleta a tal o cual, o qué encrucijada moral deberán enfrentar la anciana y su hijo en un determinado momento. Verlo venir tan de lejos no sé si hace que la serie sea peor, pero desde luego sí mucho menos entretenida.
Al final, el gran reto de 'El juego del calamar' es para el espectador: la serie le pone a prueba a ver si consigue llegar hasta el último episodio. Y lo conseguimos porque somos tozudos y por los picos de interés, pero no porque la serie sea una triste sombra de lo que fue. Da pena pensar que la primera temporada hiciese una interesante reflexión sobre la condición humana y el sistema capitalista, pero esta se quede tan en la superficie. Queda como prueba viviente de que a veces es mejor escupir el chicle cuando aún tiene sabor y no estirar por estirar.
Para espectadores completistas que quieren saber cómo acaba la serie... y olvidarla automáticamente.