Los vientos de guerra son un “bocatto di cardinale” para los nacionalistas europeos.
Por Lorenza Sebesta O'Connell
Para Clarín
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En medio del desconcierto por la última instancia de uso incontrolado del poder militar crudo, se desarrolló la cumbre número 34 de la historia de la OTAN, bajo la batuta de su nuevo secretario general, Mark Rutte.
Se trata de un político de larga trayectoria, que ha logrado mantener su liderazgo gubernamental por trece años en el entorno político muy fragmentado e inestable de su país, Holanda. Su paso al ámbito internacional le ha permitido salir airosamente de la situación inmanejable posterior a las ultimas elecciones de 2023, cuyo ganador ha sido el partido del extremista anti europeísta y islamófobo Geert Wilders.
A partir de asumir el nuevo cargo en 2024, sus virtudes diplomáticas han sido opacadas por una notable retórica belicista, anticipada por algún sarcasmo en detrimento de la Unión Europea por vivir en una burbuja utópica y anteponer principios a intereses (reproches que los negociadores latinoamericanos del acuerdo Mercosur-UE estarían difícilmente dispuestos a suscribir).
Puede ser que Europa esté siempre en lo justo, sentenciaba Rutte en 2019, pero raramente será relevante, dejando entender que, para él, existiría un juego de suma cero entre relevancia y decencia moral –lo que plantea ciertas dudas sobre su concepción de la política, que otros ven, al contrario y por suerte, como vehículo de progreso y no primariamente de poder.
La OTAN se está transformando en la clave de esa relevancia, el rearme en su instrumento privilegiado y Putin en su coartada perfecta, ya que, mientras Trump quiere retirar sus fuerzas de Europa, “Rusia podría estar lista para utilizar su fuerza militar en contra de la OTAN en cinco años.”
Nótese el condicional, que se aplica no se entiende bien si a la posibilidad técnica o a la determinación -ambas necesarias para toda agresión. Esta es la clase de datos “concretos” que justifican los pedidos de Rutte y de sus acólitos en pos de un aumento de los presupuestos militares de los gobiernos europeos hasta el 5% de sus productos nacionales.
A lo largo de la misma perorata, vertida hace poco en Chatham House, Rutte hizo insistente referencia a la necesidad de una alianza “más letal”; tanto es así que su anfitriona, alarmada, le pidió el por qué de tanta saña, dado el carácter defensivo de la OTAN. Rutte, complaciente, le explicó que la disuasión, para ser creíble, necesita de armas ofensivas.
Se olvidó de mencionar la voluntad política de comprarlas y utilizarlas –dos requisitos que no parecen estar presentes en todos los aliados, parte de los cuales quedaron consternados por su discurso.
Lo que fue, sin duda, dulce música para los oídos de Putin, un Realpolitiker que goza de toda fisura entre ellos y gusta jugar con la retórica de la polarización, al culpar a Europa de ella y erigirse en paloma de la paz (¡sic!), logrando así legitimar internamente su régimen autoritario e internacionalmente su intento de garantizarse un colchón de seguridad a expensas de Ucrania.
Asimismo, los vientos de guerra son un “bocatto di cardinale” para los gobiernos nacionalistas de toda Europa, que les permite justificar su deslizamiento hacia una visión “armada” de la seguridad, además de su agresividad, cualquier sea su blanco, según la colocación geográfica y política.
A la pregunta de cómo conciliar este llamado con su vocación hacia la austeridad fiscal, Rutte fue tajante: “no me toca a mí decidir cómo los países pagarán la cuenta”, dijo, pero los que quieran “quedarse con su National Health Service [el servicio británico de salud pública] y con su sistema de jubilación, más vale que se pongan a aprender ruso”. El Pravda, con sutil ironía, tituló “Rutte espanta a los aliados de la OTAN con una propuesta de aprender ruso.”
En pos de no tener que aprender ruso, tendríamos que abandonar salud pública y jubilación a favor de un rearme en todos los rubros, desde las municiones hasta los drones, desde la defensa aérea y anti-misiles (tendría que incrementarse en el 400%) hasta los muy discutidos aviones de combate F-35 (“700 en total”).
Hay quien lee estos auspicios en clave de keynesianismo militar; por cierto, se sabe que la italiana Leonardo ha sido elegida para ensamblar algunas versiones del F-35 y no parece casualidad que justo Italia haya sido el país que más los haya encargado. Se trata, por cierto, de una modalidad discutible para fomentar el crecimiento.
Para tratar de poner cierta racionalidad y moderación en la política de seguridad europea, más bien valdría detenerse en el último informe del SIPRI de Estocolmo: el gasto militar de la OTAN en 2024 ascendió a la llamativa cifra de 1.506 mil millones (el 55% del total mundial), de los cuales unos 454 son expensas europeas; Rusia, en comparación, aunque en pleno proceso de rearme, alcanzó 149.
Es verdad que construir armas allá es más barato; sin embargo, lo que debilita más la defensa europea, y hace años que se sabe, no es el cuánto sino el cómo. Basta con mirar la plétora de modelos de armas: por ejemplo 17 diferentes tipos de tanques de combate, 29 tipos de destructores y fragatas, 20 tipos de aviones de combate… etc.
La mejor respuesta a Rutte, fue acuñada con (¿involuntario?) humorismo por el Comisario Europeo de Defensa, Andrius Kubilius, quien sentenció: “450 millones de ciudadanos de la UE no tendrían que depender de 340 millones de estadounidenses para defenderse de 140 millones de rusos, que no logran derrotar a 38 millones de ucranianos.” Precisamente.