La nueva película del director sudafricano Oliver Hermanus se presentó en la Sección Oficial a Competición del Festival de Cannes.
Por Manu Yáñez
Para Fotogramas
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‘The History of Sound’ cuenta la historia de Lionel (Paul Mescal) y David (Josh O’Connor), dos estudiantes de música –Lionel se especializa en canto, David en composición– que se encuentran en el Conservatorio de Boston en el año 1917 y que viven una pasión romántica que les marcará para siempre. La voz en off de Lionel, que nos guía por el relato, asegura: “Mi padre decía que se trataba de un don divino. Yo era capaz de ver la música”. Por su parte, David utiliza su memoria fotográfica para recopilar todo tipo de canciones folk. Así, en 1920, tras el regreso de David de su servicio como soldado en la Primera Guerra Mundial, la pareja de amantes emprende un viaje por los bosques y las islas de Maine para recopilar canciones populares.
En su primera hora de metraje, ‘The History of Sound’ acumula argumentos para convertirse en una gran película. Paul Mescal se luce en la piel de un hombre sensible y discreto, la antítesis del arquetipo de tipo duro criado en una granja de la América profunda. De este modo, la película, basada en un relato del estadounidense Ben Shattuck, subvierte ciertos clichés asociados a la cultura americana, mientras enarbola una oda a los anhelos de libertad de la comunidad queer. Pero la verdadera joya de la corona del film es la actuación de Josh O’Connor, que pese a no ser el principal protagonista llena la pantalla en cada una de sus apariciones, invocando oleadas paralelas de nobleza, encanto y una melancolía arraigada en el terror ante la fuerza destructiva del ser humano.
A este deslumbrante tándem actoral, que se erige en la razón de ser de la película, cabe sumar el buen hacer inicial del director sudafricano Oliver Hermanus, que optimiza su buen manejo de las emociones contenidas –ya lo demostró a los mandos de ‘Living’, la película de 2022– e incorpora un ejemplar trabajo de síntesis cinematográfica. Construida, de forma elíptica, con postales del fragor amoroso y la vida rural, ‘The History of Sound’ parece combinar la compostura del cine de James Ivory y la energía sensorial de la obra de Terrence Malick. Saltando a lo largo de los meses y los años a un ritmo vertiginoso, la película solo se permite perder el tiempo, deliciosamente, cuando se detiene a escuchar a la gente cantar, como ocurría en el cine de Terence Davies.
‘The History of Sound’ vibra al son de su delicada y encendida trama romántica –que incluye una colección de encuentros sexuales filmados con elegancia y pudor–, pero su núcleo ideológico radica en la tarea de antropología sonora del dúo protagonista. En su viaje por el Maine profundo, los musicólogos van construyendo un compromiso creciente con la América olvidada: familias empujadas a la pobreza, clanes de esclavos marcados por la tragedia, inmigrantes obligados a desplazarse debido a la avaricia de las autoridades… Este trasfondo de corte político permite a la película mantener al espectador atento cuando su vertiente sentimental va perdiendo fuelle, algo que tiene que ver con la retirada temporal de David, el personaje de O’Connor, del centro de la acción. De hecho, en su segunda mitad, ‘The History of Sound’ pierde algo de la dimensión esencialista de su primera mitad, en la que cada escena se percibía como una pieza medular del rompecabezas narrativo. Cuando Lionel, el personaje de Pascal, decide marchar a Europa, después de la caída de David en un estado semi-depresivo (marcado por el trauma de la Gran Guerra), el relato entra en una fase de estasis, más rutinaria, menos emocionante.
En paralelo a su desarrollo ficcional, ‘The History of Sound’ invita al espectador a echar de menos a uno de sus actores, O’Connor, que con su semblante risueño y sus miradas al infinito perfila un pozo de amargura del que parece imposible salir (tanto para el personaje, como para el espectador). Así, pese a que su fulgor romántico decrece en su segunda mitad, el film de Hermanus deja para el recuerdo un conjunto de gestos insondables: sublimes miradas cómplices y silencios acongojados. Expresiones de afecto y desesperación que enmarcan una serena meditación sobre el valor de la música como testimonio privilegiado de múltiples historias de opresión y resistencia.