El cineasta surcoreano Bong Joon Ho firma esta adaptación de la novela humorística de Edward Ashton en la que se aleja de la sátira inmisericorde de su oscarizada película para abrazar un tono más ligero aunque igual de incisivo.
Por Fausto Fernández
Para Fotogramas
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Sin perder el sentido de la ironía y la capacidad de sangrar el aquí y ahora de nuestra sociedad, lo cierto es que el Bong Joon Ho de 'Mickey 17' se aleja, voluntariamente, de la sátira inmisericorde de 'Parásitos' o incluso 'The Host', para abrazar un tono más ligero (que no menos incisivo) de parábola pacifista, humanista (también costumbrista, acaso la mayor virtud del cineasta surcoreano) y sin las aristas de dos de sus incursiones en la ciencia ficción: la distópica 'Snowpiercer (Rompenieves)' (2013) y la ecologista y familiar 'Okja' (2017). De hecho, 'Mickey 17', adaptación de la novela humorística de Edward Ashton, encierra un discurso sobre la lucha de clases no en un tren, sino en una nave espacial, y convierte al naíf animal en peligro de extinción en un prescindible, gris y anónimo proleta ser humano, tan cándido como egoísta dependiendo de su clonación seriada.
Es este personaje, Mickey, el cual ha tenido la inmensa suerte de contar con un espléndido Robert Pattinson para encarnarlo (encarnarlos) en pantalla, quien encierra una de las claves de la película de Bong Joon Ho: la de su nada disimulada, y nada proselitista, lectura religiosa, casi se diría que pareja a la del Roberto Rossellini cronista de Francisco de Asís y de Jesucristo. Mickey no deja de ser un mesías a la fuerza, muriendo y resucitando una y otra vez en un sacrificio hacia unos semejantes que no se lo agradecen. Dando su vida por nosotros en horario de trabajo.
El involuntario salvador (o acaso destructor) de un nuevo paraíso. 'Mickey 17', virtuosa en la realista parafernalia ci-fi, se convierte en una fábula (¿una ‘florecilla’ del santo de Asís?) siempre recorrida por el humor, como le sucedía a la mucho más ácida 'Starship Troopers (Las brigadas del espacio)', de Paul Verhoeven, con la que guarda puntos de contacto (los bestializados moradores del planeta a colonizar). Una visión de la grandilocuente pequeñez humana, con su moraleja, que encajaría a la perfección entre los diversos relatos y expediciones que tejen en 'Crónicas marcianas', de Ray Bradbury, el tapiz del hombre a la búsqueda de su identidad.
Para colonizadores de una ciencia ficción con irónica y amable perspectiva.