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Opinión y Actualidad

Crítica de "The Brutalist"

Brady Corbet firma una insólita y monumental obra cinematográfica de 215 minutos que promete arrasar en la próxima gala de los Premios Oscar 2025.

24/01/2025

Por Sergi Sánchez
Para Fotogramas

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Un film como 'La cuestión humana', de Nicolas Klotz, ya planteaba las deudas que los discursos del capitalismo neoliberal, desde los despachos de los departamentos de recursos humanos de las grandes empresas, tenían con el aparato ideológico del nazismo. Una de las más valiosas aportaciones de la espléndida 'The Brutalist' es que entendamos que el sueño americano, con sus promesas de ascensión social y su elogio al individualismo superlativo, se alimentó de los fascismos europeos para hipervitaminar su homilía en favor del éxito sin límites.

El mensaje nos llega en forma de película-río, una especie de equivalente fílmico a la Gran Novela Americana –o a la imposibilidad de su existencia– que recupera la majestuosidad de una manera de hacer cine –tres horas y media de metraje con intermedio incluido, rodadas en 70 milímetros y Vistavision– que asociamos con el expresivo clasicismo de King Vidor o Elia Kazan, pero también con sus relecturas épicas, desde 'El Padrino' hasta 'Érase una vez en América'. No nos malinterpreten: no hay un ápice de nostalgia en las vitales, disonantes imágenes de 'The Brutalist', que, sobre todo en su primera parte, trabaja el sonido, la música, el relato, la textura de la luz y el color, y las soluciones de montaje con una ambición desmedida, extraordinaria, ante la que es difícil no quedarse noqueado.

Es posible que Brady Corbet se parezca mucho al héroe de su film, ese arquitecto húngaro de ascendencia judía (magnífico Adrien Brody) que, huyendo de una Europa devastada, cae en las garras de un mecenas millonario (Guy Pearce) que le hace el encargo de su vida, una obra faraónica que se convierte en una maldición. Hay algo megalómano en el idealismo hiperbólico de Corbet, que busca una belleza pragmática en las formas que podría resultar muy afín a lo que la escuela Bauhaus buscaba en sus edificios, pero que acaba devorado por las dimensiones de un proyecto concebido para ser el punto y aparte de una filmografía que acaba de empezar.

Si 'The Brutalist' se equivoca –y desvaría, de la forma más imprevisible que pueda imaginarse– lo hace a conciencia, como si Corbet no tuviera otra opción que lanzarse al vacío. Es ese tipo de película: de las que desbordan el cauce fluvial, de las que lo devastan todo a su paso, incluso a sí mismas, y dejan el precioso recuerdo de una niebla alucinada.

Para amantes del cine apasionado y suicida.