Tan necesario como el equilibrio macroeconómico, es la mejora de la educación y la inversión en ciencia y tecnología. Los ejemplos de Israel y los EE.UU.
Por Luis Rappoport
Para Clarín
El diccionario de la Real Academia define “distopía” -la anti-utopía- como “una representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana”. O sea, si en la década de los 1970, en que la pobreza promedio era del orden del 6%, alguien hubiese previsto que en el 2024 íbamos a convivir con una pobreza superior al 50% habría estado imaginando una “distopía”.
Cabe preguntarse: ¿cómo imaginamos el futuro?, por ejemplo, el año 2074: ¿más distópico o con la utopía de un renacimiento? Para ensayar una respuesta, puede ser útil la siguiente frase de Peter Drucker: “el largo plazo no es pensar en decisiones futuras, sino en el futuro de las decisiones presentes”.
No se llegó a la actual “distopía” solo por la locura de los déficits financiados con inflación de los Kirchner, Massa, Fernández, la hiperinflación de Alfonsín o la triste incapacidad del gobierno de Macri. La tablita de Martínez de Hoz y la convertibilidad de Menem hicieron lo suyo con aperturas comerciales combinadas con atraso del dólar.
Se destruyeron muchas empresas, con un tendal de gente en la calle. Algunas pasaron a la informalidad, otras se convirtieron en importadoras, pero, obviamente, con menos personal y sin condiciones para mejoras tecnológicas. Todo eso para terminar en mega devaluaciones y, en el fin de la convertibilidad, con disrupción de contratos.
A diferencia de buena parte de países, en la Argentina no se intentó una “reconversión industrial”, el concepto que se generalizaba en el mundo, que avanzaba a la globalización.
Por ejemplo, en 1975, moría Franco y daba comienzo la transición española, proceso que se discutió en la Argentina de 1983 cuando, con Alfonsín, volvía la democracia a nuestro país.
El modelo era la política, pero no se tomó como ejemplo el esfuerzo de reconversión industrial español y, particularmente, el que protagonizó el País Vasco, que construyó instituciones (como la SPRI -Sociedad para la Reconversión Industrial-), con inversiones públicas y privadas hasta convertir a la industria vasca en una de las más competitivas de Europa y del mundo.
Esa ignorancia e incapacidad de ver el mundo, explica buena parte de la actual “distopía”. Ignorancia e incapacidad que continúa con el actual retraso del dólar, cuando el resto de los países siguen renovando sus instituciones. Como España, toda la Unión Europea y el resto de los países exitosos siguen gestionando el desarrollo, con los nuevos paradigmas del siglo XXI.
Obviamente el equilibrio fiscal, el fin de la inflación, la eliminación de impuestos y regulaciones distorsivas y la apertura del comercio son condiciones necesarias. Aunque la reducción del gasto y de la inflación, no necesariamente requiere atrasar el tipo de cambio. Y, tan necesario como el equilibrio macroeconómico, es la mejora de la educación y la inversión en ciencia y tecnología, después de todo, esos son los ámbitos de la competencia global entre países y regiones.
Ya que el actual gobierno adhiere a EE.UU y a Israel, no vendría mal mirar y aprender de esos países: en EE.UU, estudiar el DARPA, la NSF y la SBA (Defense Advanced Research Projects Agency, National Science Foundation, y Small Business Administration), y más recientemente, el Chip and Science Act y la Executive Order on Advancing Biotechnology and Biomanufacturing. Además, las instituciones del nivel estadual, porque todo proceso de desarrollo en países federales es multinivel, lo que supone coordinar las competencias nacionales, provinciales y municipales.
La diversidad y complejidad del entramado de instituciones para el desarrollo de Israel excede este artículo. Pero se pueden ver por YouTube los webinars de “Aprender con Israel”, dentro del ciclo “Aprender Desarrollo Económico”. Aunque, para que se entienda el lugar de la educación, la ciencia y la tecnología en Israel basta con mencionar el siguiente contraste: Israel, tiene un PBI similar al de Argentina, pero con la quinta parte de la población. Es decir, sin recursos naturales, tiene un PBI per cápita que quintuplica al argentino.
Vale la pena una mención a las únicas políticas de desarrollo que formuló el actual gobierno: el RIGI.
El anunciado RIGI Pyme propone acelerar la amortización de inversiones y la devolución del IVA y una, aún incierta, reducción de costo laboral. Nada de eso compensa el creciente atraso cambiario, ni alivia sensiblemente el costo argentino.
El RIGI de las grandes inversiones merece una reflexión. En la actualidad, el atraso cambiario se financia con dos juegos financieros: la compra de bonos públicos que tienen precio de remate, apostando a que el equilibrio fiscal los valorice y el carry trade (venta los dólares guardados para colocarlos a tasas rentables en pesos).
En el futuro, las inversiones en petróleo, gas y minería pueden abrir un escenario de extraordinarias exportaciones y cantidades de dólares, aunque no necesariamente aumente el empleo y el número de empresas, porque esa lluvia bonanza puede atrasar más el dólar y hacer imposible cualquier actividad productiva. Si los futuros gobiernos, sean del signo que sean, no compran esos dólares con pesos, para conformar un “Fondo País”, el atraso cambiario puede ser sideral y la pobreza llegar a niveles estratosféricos: más distopía.
Para eso los tiempos son largos, así como la baja sustancial de impuestos y distorsiones. Sabemos que ya se puede comprar por Amazon en EE.UU a un 20% más barato que en la Argentina. Pero no sabemos si la “mesa de dinero” del Gobierno va a generar suficientes dólares como para pagar importaciones masivas, cada vez más baratas, de Brasil, Estados Unidos o China.
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