El encuentro Milei-Xi Jinping en el G20 en Río se produjo en las vísperas del 179° aniversario de la Batalla de Vuelta de Obligado, "Día de la Soberanía". Un espejo de la historia, cuando las ideologías presidenciales se disocian de los intereses nacionales y lo que se dice es solo en parte lo que se hace.
Por Fabián Bosoer, en diario Clarín
La soberanía es una “hipocresía organizada”: así definía a este atributo central de los países el internacionalista Stephen Krasner en un libro que lleva ese título, publicado en los EE.UU. hace un cuarto de siglo. Una hipocresía organizada que les da carta de presentación a sus gobernantes ante el mundo, estatuto de existencia territorial y reconocimiento formal a un estado, sentido de identidad nacional y pertenencia a las sociedades que en ellos se reconocen.
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Es algo que se invoca pero no siempre se tiene, o no se tiene en todas sus formas. Pero no se puede dejar de invocar si se pretende existir sobre la faz de la Tierra, aspirar a ser una nación. Coherentes con nuestra historia, memorias y desmemorias, conmemoramos esta semana que pasó el Día de la Soberanía con un feriado del cual pocos recordaron sus razones históricas.
Recordemos brevemente. El 20 de noviembre de 1845, siendo Juan Manuel de Rosas el responsable de las Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina, tuvo lugar el enfrentamiento con fuerzas anglo-francesas conocido como la Vuelta de Obligado, cerca de San Pedro. La escuadra extranjera intentaba obtener la libre navegación del río Paraná para auxiliar a Corrientes, provincia opositora al gobierno de Rosas.
Por otra parte, esto permitiría que la sitiada Montevideo pudiera comerciar tanto con Paraguay como con las provincias del litoral. El encargado de la defensa del territorio nacional, el general Lucio N. Mansilla, tendió de costa a costa una línea de barcos sujetos por cadenas para impedir el paso. Pero la escuadra invasora contaba con fuerzas muy superiores a las locales. A pesar de una heroica resistencia de Mansilla y sus hombres, la flota extranjera rompió las cadenas y se adentró en el Río Paraná.
La Batalla de la Vuelta de Obligado fue una derrota militar pero trajo consecuencias ulteriores. En palabras de Felipe Pigna “fue un antes y un después. Fue una derrota militar para la Confederación Argentina, pero fue una victoria política porque los dos tratados que se firman con Inglaterra y Francia fueron muy beneficiosos para nuestro país, y planteó el respeto que merece todo Estado soberano, estableciendo las normas para comerciar. En el Día de la Soberanía, festejamos la defensa de lo nuestro y de nuestros intereses”.
En los umbrales del siglo XXI, la aceptación generalizada de los derechos humanos, el papel cada vez más importante desempeñado por las instituciones internacionales y la propia globalización, entre otros factores, condujeron a numerosos observadores a poner en duda la viabilidad de la soberanía entendida en forma clásica y la desaparición de los estados nacionales como actores centrales del tablero internacional.
Hace un cuarto de siglo Krasner relativizaba ya esa idea: él sostiene que los Estados, en realidad, nunca han gozado de un grado de soberanía tan elevado como el que se les ha supuesto. A lo largo de la historia, los gobernantes se han visto siempre motivados por el deseo de mantenerse en el poder, antes que por una especie de adhesión abstracta a los principios internacionales.
La “hipocresía organizada” –la presencia de normas permanentes, con frecuencia violadas o incumplidas, durante dilatados períodos de tiempo— ha constituido un atributo constante del mundo de las relaciones internacionales contemporáneas. Por lo general, aunque no siempre, los dirigentes políticos han respetado la soberanía legal internacional, al tiempo que han considerado con mucha mayor displicencia ese otro principio según el cual los Estados deben gozar del derecho a excluir de su propio territorio cualquier autoridad exterior a ellos.
Las normas internacionales cumplen su papel pero son las diferencias entre las naciones en cuestiones de poder, así como en sus distintos intereses, las que definen en última instancia las reglas y el tablero de juego. En palabras de Krasner, “las normas del sistema internacional, incluyendo las vinculadas a la soberanía westfaliana y a la soberanía legal internacional, se han caracterizado siempre por la hipocresía organizada. Existe un divorcio entre normas y acciones. La lógica de las consecuencias ha triunfado sobre la lógica de la pertinencia”.
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En todo caso, la “hipocresía organizada” que invoca la igualdad soberana de los estados es siempre preferible a la honestidad brutal que impera en contextos de anarquía, guerra o dependencia ilimitada a la ley del más fuerte. Sobre todo, para quienes no lo son.
El “primer presidente libertario de la historia de la humanidad”(Milei dixit), lo pudo experimentar en la Cumbre del G20 en Río, acompañando la Declaración final pero “disociando” a la Argentina de una parte central de sus contenidos. O haciendo las paces con Xi Jinping en foto destacada, luego de prometer que no habría trato con la República Popular China gobernada por el Partido Comunista. Parece que allí, las líneas que separan a “las fuerzas del bien” de “las fuerzas del mal” se vuelven más difusas...