En la intensa política argentina todo se naturaliza tan rápido que a veces lo extraordinario pasa por ordinario. Tal vez valga la pena detenerse en el devenir de la última fórmula que gobernó el país. Porque lo que está sucediendo con ella no tiene precedentes.
Por Pablo Mendelevich
Para La Nación
Castigado por una soledad política desgarradora, abandonado por la mayoría de sus aliados, arrinconado por la Justicia, un Fernández se hunde en la depresión mientras la otra Fernández, infatigable, sonríe. Se regocija con la obtención del papel de antagonista estelar del presidente “anticasta”. Escala hacia una cima históricamente inútil, la presidencia del Partido Justicialista, donde ella confía en recargar las baterías de su magullado liderazgo. Después de compartir la campaña electoral y, con mayor o menor armonía, el poder, lo que ambos Fernández comparten ahora es un podio exclusivo: son los políticos con las causas penales más espectaculares de la Argentina. Pero eso no quiere decir que su destino sea equivalente.
Debido a que Cristina Fernández de Kirchner arrastra procesos judiciales -a granel- desde mucho antes que Alberto Fernández y a que ella ya fue condenada por un tribunal oral, entusiastas contrincantes calculaban ancho el riesgo de que termine presa primero que nadie en un plazo no demasiado lejano. Sin embargo, su compañero acaba de entrar en competencia. Las dos causas que tienen a mal traer a Alberto Fernández, la de la contratación de seguros de organismos públicos durante su gobierno y la que lo investiga por presunta violencia de género contra su esposa, en las últimas horas se le complicaron. En la segunda, el encuadre de los hechos que hizo el fiscal expone al expresidente a una pena de 18 años de prisión. El lunes el fiscal dijo que tiene acreditados episodios de violencia psicológica, física y económica. En los hechos eso significa que descartó las estrategias defensivas del creador del Ministerio de la Mujer basadas en ensuciar a la víctima, endilgándole, entre otras calamidades, frecuentes estados de ebriedad.
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Es posible que Alberto Fernández sea el primer presidente del mundo imputado por ejercer violencia contra una primera dama. Originalidad que no incluye, desde ya, a la otra causa, la de los seguros, corrupción vulgar, un rubro en el que Cristina Kirchner acumula vasta experiencia. Experiencia defensiva: ya es la expresidenta que más frecuentó los tribunales. Y eso que ella es cuidadosa con los secretos, si hasta cuando habla con cualquier confidente sentado a su lado jamás olvida taparse la boca con la mano desplegada para que no puedan leerle los labios desde lejos. Comportamiento que está en las antípodas de los descuidados chats de Alberto Fernández y su secretaria de toda la vida, María Cantero. Al ser investigados en la causa seguros, esos chats tan bien conservados dieron lugar al descubrimiento de la violencia de género.
El miércoles próximo la Cámara de Casación dará a conocer la sentencia de la causa Vialidad, lo que podría afectar todo el panorama nacional. ¿Y si le redujera la condena a cuatro años o cuatro años y medio en vez de confirmar los seis? ¿Qué efecto político tendría? Aparte de la indignación de gran parte de la sociedad, ¿facilitaría ello un pacto en el Senado para que Ariel Lijo ingrese en la Corte? ¿Cómo lo camuflaría Milei?
Desde hace años el argumento medular de la defensa de Cristina Kirchner es que todo se debe a la persecución política que sufre, el “lawfare”, una supuesta conspiración de medios de comunicación y funcionarios judiciales en contra suya. Según su trillada explicación, los fiscales y jueces que la acusan se confabularon para vengar las medidas progresistas que ella tomó afectando sacros intereses capitalistas. Pero por alguna razón Cristina Kirchner no dice que la causa de los seguros contra Alberto Fernández, quien completaba con Sergio Massa el triunvirato “revolucionario” elocuentemente llamado Frente de todos (2019-2023), se deba también al “lawfare”. De la causa de los seguros nunca dijo nada. Guarda silencio hasta hoy. Pero de la otra, la de violencia de género, sí. Fue tan locuaz como implacable. Hace tres meses, cuando las estremecedoras fotos de Fabiola Yañez con moretones aparecieron en la tapa de los diarios, Cristina Kirchner emitió un comunicado durísimo en el que -esto fue lo fundamental- dio por ciertas las denuncias. Aclaró que la misoginia, el machismo y la hipocresía no tienen bandera partidaria. Como diciendo que un presidente golpeador le puede tocar a cualquiera. Nadie supo explicar hasta ahora por qué el único que se conoce en el planeta le tocó a ella: salió de su casting. En el comunicado solo informó que Alberto Fernández “no fue un buen presidente”. En los finales kirchneristas la vara suele ponerse más exigente. En 2015 Alberto Fernández había dicho que resultaba “difícil encontrar algo virtuoso en el segundo mandato de Cristina”. La acusó de dictar leyes para encubrir delitos de corrupción.
Después de aquel sábado milagroso en el que le salió la nominación de candidato a presidente, Alberto Fernández se cansó de repetir que Cristina Kirchner desbordaba honradez. Como profesor de derecho él “sabía” que ella era inocente. Así lo reiteró el 6 de diciembre de 2022 al conocerse la condena a seis años de prisión. Tiempo más tarde evolucionó hacia el diagnóstico fusión: la absolvió como corrupta pero marcó como “imprudencia ética muy grave” el hecho de que hubiera firmado acuerdos con Lázaro Báez. En privado modulaba con la onda recuperada del período antikirchnerista. Reponía a la corrupta.
Parece ser que la reacción del cristinismo no fue simplemente que no lo dejaron ir al acto celebratorio de la Revolución de Mayo en la plaza (penitencia insólita que ningún presidente había sufrido antes). En corrillos políticos se ha asegurado que la filtración de los detalles operativos que dieron lugar a la causa seguros salieron de La Cámpora, vieja conocedora de las mañas del experto en la materia Alberto Fernández.
Es evidente que el binomio Fernández-Fernández no encaja en ningún modelo preexistente. Binomios hubo de toda clase y especie, la mayoría adobados con recelos, fantasmas conspirativos y contrastes ideológicos durante la convivencia en el poder, empezando por el actual, Milei-Villarruel. Lo más singular del que gobernó hasta el año pasado es que no sólo fue estrafalario al nacer y lo siguió siendo cuando la vicepresidenta trataba al presidente casi como un subordinado sino que una vez salido del poder el cortocircuito perduró en el centro del escenario y recién entonces uno venció al otro.
Cristina Fernández de Kirchner no sólo se está haciendo de la presidencia del PJ, está sustituyendo allí a Alberto Fernández. Y aunque ese objetivo le costó más de lo que al parecer vale, la batalla coincide con la recuperación del puesto imaginario de principal líder opositor, trofeo que para una multiprocesada sería gigante.
Tal vez lo más trascendente es que a mucha gente le vino a la mente el recuerdo de la segunda parte del gobierno de Macri, cuando la expresión jactanciosa “los kirchneristas no vuelven más” feneció.