Como pocas veces antes, la administración argentina tiene puestas enormes expectativas y esperanzas (tal vez demasiadas) en lo que ocurrirá en los comicios norteamericanos; casi como si fueran propios.
Por Claudio Jacquelin
Para La Nación
Las señales auspiciosas de los mercados y los números verdes de algunos indicadores macroeconómicos fundamentales le dieron aire al Gobierno para ponerse en modo electoral. No solo en clave nacional. A pesar del paréntesis que impuso otro de esos errores no forzados políticos y de gestión que suele infligirse el oficialismo.
Mientras avanza el armado libertario nacional, las luces bajas enfocan directo a la infartante elección presidencial de los Estados Unidos, que se celebrará este martes, sobre cuyo desenlace ni siquiera los más expertos se animan a pronosticar con algún grado de certeza.
Como pocas veces antes, la administración argentina tiene puestas enormes expectativas y esperanzas (tal vez demasiadas) en lo que ocurrirá en los comicios norteamericanos. Casi como si fueran propios.
Luego del nuevo sismo en el Gabinete con el intempestivo desplazamiento de Diana Mondino, lo que ocurra con Donald Trump, el ídolo mileísta y candidato a volver al poder en los Estados Unidos, ocupa una muy buena parte de la atención de la plana mayor de la administración.
Hoy se vive una ventana de paz interna, que permite volver a mirar más lejos. Hasta la próxima chispa que provoque otra explosión y deje nuevas víctimas, lo que se emite desde la Casa Rosada es que las principales figuras del Gabinete han sido confirmadas, tras la nominación como canciller de quien era (no tan casualmente) el embajador en los Estados Unidos, Gerardo Werthein.
El propio presidente se encargó de reafirmar la estabilidad, especialmente, de una de las figuras que había tenido roces con el gurú Santiago Caputo y que algunas voces incluían cierta desafección de Karina Milei, la otra integrante del triángulo del poder.
Es el caso de la ministra de Capital Humano, Sandra Pettovello, en cuyo entorno miraban con suspicacia y algún temor la forma en la que cayó Mondino, al final de una larga intervención virtual de su ministerio por parte del dúo metalero, como se había consignado en esta columna.
“Les vendieron pescado podrido. Con Sandra está todo muy bien. Se limaron las asperezas que en algún momento han tenido con Santi. Y Kary (así la llama) y Sandra se adoran”, se ocupó de aclarar enfáticamente Milei, como para evitar que las versiones, las suspicacias y los temores reavivaran las brasas de viejos conflictos en el círculo de los funcionarios que le son más cercanos personalmente.
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Aún así, en el equipo de Pettovello hay quienes se entrenan para aguzar la visión periférica y detectar vulnerables puntos ciegos. El sostenido avance del gurú sobre todas las áreas del Gobierno y en la construcción política no deja de generar inquietudes.
El cambio en la Cancillería procura darle soporte a la construcción de esa paz interna, siempre al límite de la ruptura.
También, busca reforzar la cohesión y la identidad del Gobierno, cada vez más explícitamente enrolado en un conservadurismo extremo en lo político, alineado con los Estados Unidos e Israel. Sin lugar para deslices liberales (y mucho menos socialdemócratas o progresistas) en lo social y en las relaciones internacionales. Como si se tratara de una especie de vanguardia subcontinental del eventual regreso de Trump al poder, con el afán de ser tratado como un aliado de privilegio.
Nitidez ideológica
La creciente influencia sobre la Cancillería, que en el cuerpo diplomático profesional vienen advirtiendo desde hace un semestre, por parte de fundaciones y think tanks ultraconservadores estadounidenses y soportes del trumpismo, como la Heritage Foundation, se expresa cada vez con más fuerza en la política internacional argentina. Con ecos poderosos en la política interna.
“Cada uno de los documentos de trabajo que se venían elaborando empezaron a ser revisados con ese prisma y se trabaron varios que estaban en estado avanzado. En muchos casos, los cambios o las objeciones revierten posiciones de largo tiempo sostenidas por la Argentina, como pasó con el voto sobre el embargo de los Estados Unidos a Cuba, o que están en línea con tratados internaciones a los que ha adherido el país. Para peor, ni siquiera son posiciones que los norteamericanos nos demanden y ponen en riesgo objetivos nacionales”, dice un perplejo y veterano diplomático, cuyas posiciones políticas personales coinciden en buena medida con el ideario oficialista.
Obviamente, los puntos más sensibles están vinculados con las cuestiones medioambientales y de género, en la que se incluye, en primer lugar, el derecho a la interrupción voluntaria del embarazo. Todo lo que tenga que ver con ello pasa por el filtro del integrismo de la secretaría de Culto y Civilización, a cargo del joven propalador Nahuel Sotelo, y de la abogada de familia y asesora de facto Úrsula Basset, guardianes implacables de la ortodoxia.
A ellos les atribuyen relaciones estrechas con organizaciones internacionales de la nueva derecha extrema, que esperan con ansias la llegada de Trump a la presidencia, para darle más potencia y respaldo a la construcción de un nuevo orden y un nuevo sentido común basado en principios e ideas que sirvan para consolidar y ampliar la base de sustentación social tanto como los logros económicos a los que se aspira.
“Es imprescindible bajar la inflación, lograr el déficit cero, hacer que la economía crezca, pero eso no es suficiente para establecer un nuevo orden. Aún cuando se alcancen esos objetivos, que hoy parece difícil de lograr que se sostengan, van a llegar nuevas demandas y así sucesivamente”, argumenta uno de los exégetas y soportes ideológicos del mileísmo.
“Nadie nunca va a dar la vida por el superávit fiscal o por la baja de la inflación, pero sí por valores trascendentes y fines superiores”, explica la fuente.
De eso va la hegemonía a la que se aspira y que, en el mediano plazo, incluye el aspiracional de una reforma constitucional, capaz de trazar una parábola que lleve del siglo XIX al XXI, saltándose muchos hitos del siglo pasado.
Por eso, la elección en los Estados Unidos resulta tan importante y no solo por las expectativas (o las ilusiones) económico-financieras que despierta en Milei y su equipo económico.
No da lo mismo, ni mucho menos, que mañana se imponga el conservadurismo extremo que encuentra en Trump su ejecutor, a que triunfe una representante cabal del secularismo liberal, como la demócrata Kamala Harris.
La disputa por el sentido es tan relevante para esta construcción política como los resultados contantes y sonantes del intercambio comercial, el acceso a préstamos o la refinanciación de la enorme deuda externa, de la que el año próximo habrá más vencimientos que recursos para afrontarla.
Otro paso de la batalla cultural
En definitiva, se trata de la batalla cultural de la que tanto (y con tanta liviandad) se suele hablar. Los ingenieros políticos de este experimento y sus soportes ideológicos e intelectuales (nacionales e internacionales), que integran lo que algunos llaman la Internacional de la Derecha alternativa, están en llamas en estas horas.
Eso es lo que, al mismo tiempo, produce escalofríos en los sectores republicanos y liberales (no solo en lo económico) sobrevivientes en el macrismo, que recelan del Gobierno y complican los proyectos de cooptación caputista.
Otro tanto pasa con los miembros de ese oxímoron que se ha dado en llamar el peronismo republicano y que tiene por referente principal al diputado Miguel Ángel Pichetto.
Si bien el legislador rionegrino-bonaerense ha demostrado notable flexibilidad política a lo largo de su dilatada trayectoria, resulta estructuralmente inflexible y refractario ante cualquier manifestación de clericalismo y mucho más de integrismo religioso.
Tal vez por eso, el excompañero de fórmula de Mauricio Macri representa una incómoda piedra en el zapato para Santiago Caputo, como le ha dicho a algunos interlocutores recientemente.
El lugar que tiene el sueño de la ampliación de la internacional derechista en los desvelos del oficialismo no impide que también las ilusiones económicas jueguen un rol sumamente importante respecto de lo que sucederá en la elección norteamericana.
En ese plano se mira, quizá con más interés que las ideas económicas de Trump, la influencia que pueda tener en un eventual próximo gobierno republicano Elon Musk, el hipermillonario con el que le gusta intimar y fotografiarse a Milei, devenido en megaesponsor de la campaña trumpista y probable funcionario.
La idea de un mundo regido de hecho, en un futuro más que cercano, por corporaciones supranacionales tecnológicas e industriales es demasiado potente en la cabeza mileísta y, por eso, el presidente libertario se afana más por reunirse con los magnates que con los jefes de Estado.
El sueño de la ayuda concreta
De todas maneras, hay una expectativa inmediata (mesurada por cierto) de lograr ayudas financieras e inversiones en el país impulsadas por el candidato norteamericano de la hermandad de la peluca. El inquietante futuro imaginado tal vez termine siendo más realista que la asistencia esperada.
No son pocos los expertos, incluidos algunos cercanos al Gobierno, que advierten que el mundo que le espera al próximo gobierno de los Estados Unidos será tan complejo como los desafíos internos que le tocará enfrentar y que la Argentina ocupa un espacio muy poco primordial en la lista de las urgencias. Más allá de afectos o desafectos hacia el país que puedan albergar los candidatos.
En ese punto, quienes remiten al tiempo del macrismo como un espejo en el que reflejarse deberían mirar los cambios que se han producido en los últimos ocho años para admitir que todo es muy diferente hasta en la vida cotidiana del mundo entero. Si es que les queda lejos la apreciación de la inestabilidad internacional existente, tanto por los gravísimos conflictos surgidos en estos años, como por los flujos económicos y los efectos del cambio climático. Demasiados temas para tener entretenidos a los líderes de las superpotencias.
Además, el recorte que impone la memoria a los recuerdos también parece haber hecho olvidar lo que sucedió durante la gestión de Macri. Si bien, gracias a su cercanía ideológica y personal con el polémico magnate, consiguió el respaldo crucial para obtener el excepcional megapréstamo del FMI con el que evitó irse antes del poder, no logró que se eliminaran barreras arancelarias o paraarancelarias que impedían (e impiden) el ingreso de productos made in Argentina en los Estados Unidos. Entre otras cosas.
Por otra parte, frente a las urgencias argentinas, habrá que recordar que el futuro presidente estadounidense no asumirá hasta el 20 de enero de 2025. Mientras tanto, habrá efectos inmediatos en los mercados. Los ecos pueden resonar en la Argentina, que goza en estos días de un veranito, impulsado por las buenas señales recientes de la realidad económica nacional tanto como por factores globales.
Por eso, mañana será para Milei, pero también para la Argentina toda, un supermartes económico y político, que tendrá incidencia inmediata y de largo plazo para el país.