Los equipos de rescate todavía buscan desaparecidos en los pueblos de Valencia afectados por la peor tormenta en siglos. Más de 200 muertos y cientos de viviendas arrasadas por las aguas.
La DANA, término con el que los meteorólogos definen al choque brusco de una masa de aire frío en altura con otra cálida, provocó tormentas feroces, inundaciones y desbordamientos de ríos y barrancos.
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Hubo más de 200 muertos y una cifra que nadie se anima a dimensionar de desaparecidos que aún siguen buscando en sótanos, estacionamientos subterráneos y construcciones a las que no se pudo ingresar.
Podrían ser 1.900, es la estimación de la que se habló en la reunión del comité de emergencia en la que participaron el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, y el presidente regional valenciano, Carlo Mazón.
Hasta el jueves, el 30 por ciento de las 202 personas de la provincia de Valencia que murieron en la mayor tragedia climática del siglo para España -en total las víctimas son, por ahora, 205- eran vecinos de Paiporta,“una ciudad arrasada, un escenario bélico”, repite su alcaldesa, Maribel Albalat.
A tres días de la riada que destrozó este municipio de 29 mil habitantes, más de la mitad de su gente todavía no tiene agua.
Quedan decenas de subsuelos inundados a los que aún no entró nadie. “Hay cuerpos que todavía no han retirado”, dice Marisa, una vecina que vive en diagonal a la Plaza de Xúquer y que el martes resistió cinco horas trepada a un árbol junto a su hijo, hasta que pudo bajar y volver a su casa, con el agua a la cintura.
“Acá no fue la lluvia”, dice Marisa mientras busca, nerviosa, alguien que le encienda el tabaco que consiguió comprar en un pueblo vecino porque en Paiporta no quedó ni un kiosco. “Acá no cayó una gota. A Paiporta la destruyó la inundación”, es su sentencia.
Escenario de terror
Esto no parece un pueblo sino un set de filmación. Autos apilados, como si fueran de juguete. Un mini cooper blanco y negro tuneado hace la vertical contra un palmera. Un Audi incrustado en una panadería y una trafic panza arriba. Cada vez que una grúa logra dar vuelta un auto, los vecinos aplauden.
Persianas metálicas destrozadas, estructuras de hormigón derribadas y cristales estallados. No queda casi ninguna planta baja en pie. Como si a Paiporta le hubiera tocado elegir una escenografía posible para un apocalipsis.
En la puerta de la iglesia parroquial, una construcción entre barroca y neoclásica de mediados del siglo XVIII, un policía le está dando al vidrio de la ventanilla delantera de un Volkswagen. Es el único modo de ingresar al vehículo para recuperar la documentación que necesita para identificar a su dueño, que está desaparecido.
El asfalto es puro barro resbaladizo sobre el que “esquían” vecinos, voluntarios y agentes de emergencias. A nadie le importa embarrarse como lo están haciendo.
Es el segundo día de luto oficial declarado por el gobierno, y por aquí circulan tractores, grúas y topadoras.
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No hay mano ni contramano ni semáforos ni estacionamiento. La Guardia Civil organiza carriles exclusivos para que entren la Unidad Militar de Emergencia, los bomberos. Hasta ahora, el Ministerio de Defensa destinó dos mil militares en todas las zonas afectadas.
Fuente: diario Clarín.