La sublevación sindical, parcial, se da justo cuando Milei empieza a recibir las mejores informaciones sobre la reacción de los mercados; y mientras Cristina trajina, como nunca antes, para lograr algo en el peronismo.
Por Joaquín Morales Solá
Para La Nación
El sindicalismo y los movimientos sociales kirchneristas están de regreso. O suponen que regresarán a partir de hoy. Los movimientos sociales se habían escondido detrás de las cortinas después de la grave impugnación moral que les hizo el Gobierno cuando reveló que usaban planes sociales con métodos corruptos y para fines políticos o personales. La mayor parte del sindicalismo sabe que los trabajadores están más preocupados por la eventual pérdida del trabajo que por recuperar el porcentaje de poder adquisitivo que perdieron por el ajuste de Javier Milei. Según analistas de opinión pública, los trabajadores están al tanto de que los sindicatos son organizaciones políticas y partidarias, y que no son auténticos representantes de los argentinos con empleos. Es difícil no comparar que durante la pésima gestión de Alberto Fernández y Cristina Kirchner no hubo un solo paro general de la CGT (y se registraron muy pocas huelgas sectoriales) mientras la inflación acumulada en los cuatro años de ese gobierno cristinoperonista fue del 890 por ciento y la pobreza subió hasta más del 40 por ciento. Ningún ajuste mete tanto la mano en el bolsillo de los argentinos de a pie como la inflación y el temor a la pobreza, si ya no están dentro de la pobreza.
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Es cierto que hubo varios planes “platita” durante ese gobierno, pero nunca compensaron la inflación que el dueto Alberto Fernández-Sergio Massa (este último con la bendición de Cristina) jamás pudo controlar. El paro de hoy sabe, en efecto, a kirchnerismo. Los Moyano, que antes no querían a Cristina Kirchner, ahora están más cerca de ella que de cualquier otra expresión política. El paro de este miércoles (que no incluye a los colectiveros, pero sí a los camioneros, trenes, aviones y actividad marítima) fue convocado por Pablo Moyano, el más terco del clan de los Moyano, convencido como está de que es un tardoguevarista y que él mismo es el líder de una sublevación permanente, aunque está rodeado de la fortuna familiar. A los Moyano lo asocian con una especie de mafia. No hay pruebas para hacer esa calificación, salvo por los delitos que los denunciaron: evasión impositiva, lavado de dinero y provisión de medicamentos adulterados en la obra social de los camioneros, entre varios más. Además, cuando Hugo y Pablo Moyano se fueron de la conducción de Independiente, la nueva conducción del club los denunció penalmente también por lavado de dinero. Se ve que el lavado de dinero es la especialidad de la casa porque presuntamente los Moyano lo cometieron tanto en el gremio de los camioneros como en el club Independiente. Ese delito fue asociado históricamente a la mafia.
Todos los sindicatos y movimientos sociales que pararán este miércoles tienen la marca del cristinismo más que del kirchnerismo. Pablo Moyano se acercó a Cristina Kirchner durante el gobierno de Mauricio Macri, cuando este acordó con la CGT una reforma laboral que el hijo mayor de Hugo Moyano se encargó de que abortara en el Senado. Los sindicatos aeronáuticos, sobre todo el de los pilotos que dirige el infaltable Pablo Biró, son cristinistas hasta la médula. Los dirigentes ferroviarios están enojados con Milei desde que este decidió privatizar Belgrano Cargas, empresa que había sido estatizada por Cristina Kirchner. Antes, su marido le confiscó ese ramal ferroviario a varios empresarios que habían ganado la concesión en los años 90: estaban Franco Macri y los Roggio, entre otros.
Los movimientos sociales que se plegarán a las marchas y cortes tienen también la coloratura del cristinismo. Participarán del intento de sublevación social el movimiento de Juan Grabois (uno de los abogados de Cristina Kirchner); el dirigente del Polo Obrero, Eduardo Belliboni, y Daniel Menéndez, exfuncionario de Alberto Fernández y Cristina, líder del movimiento Barrios de Pie. También se plegará la central obrera alternativa, la CTA, que nuclea sobre todo a empleados públicos y que lidera el hipercristinista Hugo Yasky, y el gremio ATE, de trabajadores estatales, también identificado con la expresidenta. El anticristinista Roberto Fernández, incombustible líder de la UTA, que nuclea a los colectiveros, decidió hacer su propio paro el día después, el jueves, para no aparecer contagiado por el cristinismo. No quiere hacerle un paro al Gobierno, además, sino a los empresarios del transporte. Lo aclaró explícitamente.
El número de protestas callejeras y de cortes de rutas y autopistas había bajado hasta casi la inexistencia. La gestión de dos ministras influyó especialmente en el restablecimiento del orden público. La ministra de Capital Humano, Sandra Pettovello, denunció a varios dirigentes de movimientos sociales de prácticas corruptas en el manejo de los planes sociales. Belliboni fue procesado por el juez Sebastián Casanello por usar facturas falsas y empresas fantasmas en el manejo de la ayuda social del Estado. También el fiscal Eduardo Taiano pidió la indagatoria de Emilio Pérsico, del Movimiento Evita, que era el funcionario de Alberto Fernández encargado de fiscalizar el buen uso de los planes estatales por parte de los movimientos sociales. Los movimientos sociales debían fiscalizar a los movimientos sociales. No hizo nada. Pettovello les sacó autoridad moral a los supuestos dirigentes sociales. La otra ministra que contribuyó sobremanera a imponer una noción del orden público fue la de Seguridad, Patricia Bullrich, quien este miércoles deberá probar que está en condiciones de cumplir una promesa suya que viene desde la presidencia de Macri: nunca, dijo y decía, permitirá que se corten rutas nacionales. Los revoltosos prometieron colocar un piquete en la Panamericana a la altura de la ruta 197. La Panamericana es una ruta nacional.
La sublevación sindical se da justo cuando Milei empieza a recibir las mejores informaciones sobre la reacción de los mercados: el riesgo país sigue bajando, los bonos argentinos conservan su valor y el dólar blue está quieto. Son los mejores días del presidente libertario. ¿Han perdido los gremios el histórico olfato para establecer cuándo un gobierno está débil? La estadística señala que el presidente al que más paros generales le hicieron fue Raúl Alfonsín (13 en casi seis años de gobierno), pero en rigor fue Fernando de la Rúa el más presionado por los sindicatos; le hicieron 8 paros generales en apenas dos años de gobierno. El de los próximos días no es un paro general, sino solo del transporte. Suficiente para paralizar a gran parte del país. Pablo Moyano amenazó con romper la CGT si esta no convoca cuanto antes a un paro general. Los viejos dirigentes gremiales son conscientes de que Milei no está débil como para que ellos pierdan el tiempo con una huelga nacional. Saben que al día siguiente no pasará nada y que ellos serán más intrascendentes aún.
La insurrección parcial del gremialismo coincide también con la pelea sin cuartel de Cristina Kirchner para ser la próxima presidenta del Partido Justicialista. Dicho así parece un acontecimiento normal, pero es algo inédito en los últimos 20 años de política. Nunca Cristina Kirchner debió luchar tanto para alcanzar algo en el peronismo. En las últimas dos décadas, Cristina fue la mujer fuerte en el gobierno de su esposo muerto; fue dos veces presidenta sin aceptar nunca otra opinión que no sea la suya; y fue una política determinante en el gobierno de Macri, a tal punto de haberlo entronizado como candidato presidencial a Alberto Fernández, en 2019, a través de un tuit que no consultó con nadie, ni siquiera con su hijo. Su actual némesis, el gobernador riojano Ricardo Quintela, asegura que él le anticipó a Cristina que aspiraba a ser candidato a conducir el partido peronista y que ella lo alentó. Hasta que con otro tuit, la exvicepresidenta dio cuenta (urbi et orbi) que ella quería conducir formalmente el Justicialismo. Por eso, Quintela no está dispuesto a bajarse fácilmente. Cristina será presidenta del Partido Justicialista en algún momento, pero llegará deshilachada, herida en el ala. Tuvo que poner en funcionamiento a toda la estructura del justicialismo para impedir la competencia con Quintela. Jamás imaginó semejante desamparo.
“El peronismo irá dividido en las elecciones del próximo año si Cristina insiste con controlar todo, incluida las listas de candidatos”, dice un importante dirigente peronista bonaerense. “Ese tiempo ya pasó, y lo están demostrando los hechos de estos días”, agrega. “Tengan en cuenta que quien la descoloca es Quintela, un gobernador menor, no un Juan Schiaretti, que hubiera sido más explicable para ella”, supone esa fuente. ¿Y Kicillof? “Kicillof tiene futuro si sigue enfrentando a Cristina Kirchner, pero está terminado si al final arreglara con ella”, asegura, sin dudar.
¿Es Cristina la que subleva a los sindicatos? Diversas fuentes aseguraron que, salvo en el caso del piloto Biró que la sigue, ciego y sordo, los otros gremios solo aspiran a hacerse notar en un país donde Milei conserva la iniciativa, para lo bueno y para lo malo. El problema de los sindicatos, con todo, no es Milei, sino que pertenecen a un tiempo demasiado largo, que definitivamente concluyó.