"Smile 2" destruye todas sus reglas, nos descoloca en una secuela suicida que rompe la cuarta pared para convertirnos en los protagonistas de su pesadilla.
Por Fausto Fernández
Para Fotogramas
Existe una tradición (¿maldición?) de segundas partes de éxitos dentro del género de terror, casi siempre el perro verde en el conjunto total de lo que acabará siendo una franquicia, que subvierten total y radicalmente las premisas argumentales y las expectativas de los espectadores. Confieso reverenciar estas rara avis, cada vez más difíciles de pasar el corte de una industria adicta al reciclaje, la repetición y la producción en cadena. 'Smile 2' pertenece, con todos los honores (los horrores, claro) a esta selecta minoría destinada a una probable incomprensión y a un estatus de culto dentro de unos años.
Parker Finn parece prorrogar, en su primera extraña media hora de metraje, la idea de un Mal intangible que infecta la vida, pero sobre todo la cordura, de una víctima propiciatoria, la espectadora de un show (barroco, manierista, espeluznante y sangriento) de las tinieblas que la va golpeando sin sentido, en un in crescendo de surrealismo y muerte (muertes) premonizada por una sonrisa de gélido pánico. Más de lo mismo, se dice uno entonces, sin desagrado (Finn planifica y dirige con estilo), hasta que de pronto, 'Smile 2' destruye todas sus reglas, nos descoloca y nos plantea una de esas secuelas suicidas cuyo único y verdadero sentido reside en romper la cuarta pared para convertirnos en los únicos protagonistas de su pesadilla.
HACÉ CLICK AQUÍ PARA UNIRTE AL CANAL DE WHATSAPP DE DIARIO PANORAMA Y ESTAR SIEMPRE INFORMADO
No por casualidad, la espectadora del horror (un horror vacío, lovecraftiano en su hedor a un Mal que siempre ha estado y estará entre nosotros) es aquí una estrella del pop (fantástica Naomi Scott, una Taylor Swift abducida por el miedo) cuya vida física (real) consiste en el acto de representación ante el público, esta vez ella misma, y nosotros, quienes asistimos a un gran guiñol con mucho de la comedia dell'arte (Arlequines heraldos del suicidio ritual y del fin de la existencia) en él. 'Smile 2' deja de ser un suma y sigue de sustos (que, vaya que sí, están en la película y son horripilantes) y de un 'It follows' con las enfermedades mentales como macguffin, para cruzar la línea de la verosimilitud y apelar al nonsense del estado de duermevela psicoanalítico de la enfermiza 'Pesadilla en Elm Street 2: La Venganza de Freddy', una de las segundas partes viciosas y autodestructivas de las que me confesaba fan fatal en las primeras líneas de esta crítica, y de la cual hereda un ruido de fondo homosexual y sadomasoquista (de la protagonista a su círculo más cercano).
Que asistamos también al choque (como en la 'Smile' original) entre psicología y psiquiatría terapéutica, médica, y la fuerza sobrenatural, remite a la continuación fetiche y de cabecera de la película: 'El Exorcista II: El Hereje'. 'Smile 2' es la herejía autoconsciente (o autoinconsciente: la mayoría de las secuencias en que la entidad sonriente aparece evitan obsesivamente el tono realista, en especial lo que está en el derredor y en el off) de 'Smile' donde la realidad es deliberadamente un sueño (Drew Barrymore como ¿ella misma?) y solamente en un sueño es posible cierto reencuentro con lo imposible que ¿cierra? la película.
El personaje de Naomi Scott es idéntico al de las mujeres (o los hombres: el David Hemmings músico de 'Rojo oscuro') de la obra de Dario Argento, en especial la Jessica Harper de 'Suspiria': un espejo convexo donde el ente diabólico que nos muestra su sonrisa se refleja y confunde, donde da rienda suelta a su sinfonía del miedo, a su ópera (o concierto de Taylor Swift) del Mal. No esperen imágenes convencionales en 'Smile 2' y sí una niebla que reblandece y cercena la carne (lo real y lo cuerdo) que nos va envolviendo a la par que todo deja de tener sentido. Cuánto más se empecinan los participantes en este auto sacramental en descubrir los porqués de muertes, sucesos grotescos y maldiciones, más enajenados y más en el absurdo terrible de la nada (la Nada de los largometrajes nihilistas, salvajes y oníricos con la firma de Lucio Fulci) se adentran. Sonrisas escalofriantes entre el público de una cantante, como sucedía en la reciente 'La trampa', de M. Night Shyamalan, o como en la inmolada (autoinmolada tal vez) 'Joker: Folie à Deux', un capítulo 2 que nos identifica con la demencia de tal manera que nos horroriza y repele, que nos da pánico.
Entre los espectadores de propuestas jugando a esa contra incómoda en donde una secuela es controlada por el monstruo y se transforma en una entidad viva ajena ya a la ficción. 'Smile 2' no es una segunda parte: es la obra infectada e infecciosa de esa fuerza maldita que se dedicó a darnos (muy buenos) sustos en una primera entrega, ahora al mando de algo que ya no es una película y sí el Terror.
Para convencidos de que el cine de terror está vivo.