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Luchó por el trasplante de su padre, lo perdió y encontró la calma ayudando a quienes lo necesitan

La historia de cómo una mujer, tras haber luchado para su operación, logró superar la pérdida de su padre trasplantado y hoy ayuda a personas que necesitan atravesar por esto, trabajando como voluntaria en una ONG.

31/05/2020

La muerte es uno de esos sucesos inevitables en la vida de todas las personas. Sabemos que vamos a morir en algún momento, pero lo que no sabemos es todo lo que deja nuestra ausencia y cómo esa falta marcará a nuestros seres queridos.


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María Belén Molina es una procuradora santiagueña que peleó con su vida para conseguir el trasplante de su padre, Hugo, y a pesar de que la cirugía salió bien, lo perdió. Y su mayor logro fue superar ese dolor transformándolo en motivación para ayudar a todas las personas que tienen derecho a acceder al trasplante.

La enfermedad

Esta historia tiene sus inicios en el año 2011, cuando Belén y su hermana comenzaron a notar que su padre estaba “presentando claros signos de que algo no andaba bien”. Lo acompañaron al médico y le diagnosticaron cirrosis, tenía una disfunción hepática grave.

“El estado de su hígado daba cuenta de que venía deteriorándose desde que mi papá era un niño y jamás sintió nada, y a esas alturas ya no se podía hacer mucho, sí o sí necesitaba un trasplante”, cuenta Belén a Diario Panorama.

“El médico nos dijo que podía ir a trasplante. Ahí se abrió una puerta a la posibilidad de que se recupere”

Así comenzó todo lo que la joven denomina el proceso que consta de tres etapas: el pre, la operación en sí, y el post trasplante. “Parecía todo muy operativo y automático, pero no lo es”: en la etapa previa a la operación, el paciente debe someterse a una serie de 14 evaluaciones médicas y socioambientales para determinar si su cuerpo resistirá la cirugía de más de 10 horas.

“El trasplante es el mayor logro de la medicina, pero aun así, el cuerpo debe probar que podrá mantener sus órganos funcionando y que podrá resistir el nuevo órgano”.

Afortunadamente, Hugo pasó esta instancia, y entró a la lista de espera en el hospital Austral de Buenos Aires. “Con mi hermana somos muy inquietas y no parábamos de preguntar y averiguar más y más, hicimos un plan alimentario y reorganizamos todo en su casa para que no debiera hacer ni el más mínimo esfuerzo, porque su cuerpo se debilitaba cada vez más”, recuerda: “Mi viejo se nos estaba muriendo”.

La segunda oportunidad

Tuvieron mucha suerte, a los dos meses llegó el esperado llamado. Viajaron nuevamente y Hugo superó la operación de 10 horas con sus 54 años. Estuvo en coma inducido una semana –como todo trasplantado- y finalmente despertó y comenzó su recuperación.

Había que controlar todas las semanas que su cuerpo no rechace al nuevo órgano, y así se encontraron una mañana en el patio de su casa, con toda la familia reunida y él, en su estado pleno: “Ese fue el mejor año de nuestra vida. Hacía una semana no estaba y ese día lo veía, estaba gordo, su rostro ya no estaba triste y no tenía moretones de la sangre acumulada, estaba feliz”, recuerda emocionada. “Como en toda familia, hubo discusiones, pero ese año todos estábamos reunidos y reconciliados por su lucha y por él, nadie lo podía creer, es como si le hubiesen inyectado sangre de Zeus”, bromea.

“Más allá de lo biológico, el cada día se iba muriendo y esto fue una segunda oportunidad en verdad”

Lamentablemente un año después, Hugo sufrió la pérdida del hermano y esto lo debilitó mucho anímicamente, cuenta su familia, y a los pocos días falleció de un paro cardíaco.

“Estaba muy enojada con Dios y con todos, pensaba que como habíamos hecho las cosas como corresponden, todo iba a salir bien, pero no. No fue así. Todo tiene un tiempo en la vida y es cuestión de aceptación”, lamenta Belén.

El luto

Una tarde, en su desolación, Belén encontró en Facebook un grupo de personas trasplantadas en los que solicitaban ayuda de todo tipo. “Muchos necesitaban inmunosupresores, que son medicamentos que el trasplantado necesita para que el cuerpo no rechace su nuevo órgano, son muy costosos y sólo duran un mes; decían que no los conseguían y yo les comentaba lo que podían hacer para conseguirlos”, comenta Belén, que a esas alturas ya conocía ida y vuelta el proceso de trasplante y todos los factores que lo atraviesan, sobre todo por su especialidad en leyes, como procesos legales, obras sociales, etcétera.

Hugo Molina Hugo Molina

“En uno de esos posteos conozco a Iris (Assefh – ATYVSE), y comenzamos a hablar, estuvimos 5 horas hablando de un tema que nos atravesó a las dos, a mi como familiar y a ella como paciente trasplantada. Su historia me inspiró tanto que decidí sumarme como voluntaria en la asociación”, relata Belén, quien forma parte del voluntariado desde hace 6 años.

La ley y el orden

Sin embargo, el hecho particular que terminó de despertar su nueva vocación, fue una situación que le tocó vivir al poco tiempo, con una amiga cercana: Irma.

“Era una tarde de 2017, estaba en mi estudio y llegó una amiga, Irma, preocupada porque había recibido un llamado para operar a su pequeña nieta, quien nació con una malformación que le produjo fallas en un riñón: “No quiero que la operen, le van a sacar los órganos y se los van a poner a otra persona”, me dijo”. En ese momento Belén no dudó en asesorarla y aclararle que lo que ocurría era todo lo contrario, iban a ayudarla y le iban a salvar la vida.

“Eran las siete de la tarde, en ese momento llamé al hospital Allende, en Córdoba, desde donde habían llamado, y les informamos que sí iba a acceder a la operación, pero la respuesta fue desalentadora”, recuerda: Irma, abuela de la nena de 12 años tenía la guarda pero no la tenencia.

“Usted no puede decidir, no es la madre”

Belén supo en ese instante que tenía todas las herramientas para pelear por el derecho de la nena para que pueda acceder a su operación, y en esa tarde, a contrarreloj y con la ayuda de la Fundación La Casita del Árbol, logró una reunión con el Superior Tribunal de Justicia y el Presidente del Consejo de Médicos para obtener la sentencia que le permitiría a Irma viajar y poder autorizar la operación de su nieta.

Esa noche viajaron y la pequeña de 12 años fue operada al día siguiente. Pasó la semana en coma y al despertar inició su recuperación. Hoy tiene 15 años y es una trasplantada activa.

“Entre todos logramos hacer algo buenísimo en cuatro horas. Creo que ese día dejé de sufrir tanto por mi viejo. Me di cuenta de que existe algo más, algo bueno, cuando uno sufre por algo, lo hace personal, y esto te despersonaliza, te hace más noble, solidario y logras entender el dolor de otras personas”, destaca Belén de ese día de locos.


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“Me di cuenta de que hay muchas personas que no saben nada, hay mucha desinformación e ignorancia sobre el tema, y me comprometí a hacer mi parte. Siempre voy a pelear por los derechos de las personas trasplantadas y de todas aquellas que la necesiten”, sostiene con la firmeza que la caracteriza.

“Las personas que conformamos ATYVSE sabemos que el que no sabe y no puede necesitan una mano; y estamos ahí para ayudarlos aunque sea con lo más mínimo. La mayor retribución que tenemos es que se contagia el cariño y las ganas de ayudar”, finaliza.