La mala suerte de tener buena suerte. Hay personas que creen que sacarse la lotería les cambiará la vida para bien. No siempre es así.
Billie Bob Harrell vivió en carne propia la desgracia de tener buena suerte. A lo largo de su vida fue marine, empleado en una empresa perforadora, repositor en una tienda de artículos para el hogar y pastor pentecostal; pero lo que selló para siempre su existencia fue su hábito de jugar cada semana unos boletos a la lotería: en junio de 1997 ganó el premio mayor de US$31 millones y ahí comenzó a caer por un precipicio que, en apenas 20 meses, lo llevaría a la muerte.
Harrell había nacido el 3 de abril de 1949 en Beaumont, Texas, una zona poblada por industrias energéticas y químicas, catalogada como la de mayor polución en todo Estados Unidos. Allí, 30 kilómetros tierra adentro del Golfo de México, tenían residencia sus padres, Billie Bob Harrell, que trabajaba como periodista, y Agnes Elodie Tipton, que era ama de casa.
Cuando Billie (h.) tenía 11 años, sus padres se mudaron a Houston, en busca de un mejor salario que les permitiera salir de la pobreza en la que vivían. Según sus propios familiares, el muchacho tenía pocos intereses extracurriculares, incluso en la escuela secundaria: pasaba la mayor parte del tiempo con su familia y en la iglesia, un hábito que mantendría ya de adulto.
Después de graduarse de Sam Houston High School, Harrell se interesó por el ministerio. Se inscribió en el Texas Bible College, en Houston, con la intención de convertirse en un predicador de la religión pentecostal, una fe que estaba muy arraigada desde siempre en su familia, ya que dos tíos suyos habían sido ministros.
Así, se convirtió él mismo en pastor de una iglesia pentecostal. También, en los setenta llegó a desempeñarse como marine en el sur de California , pero unos años después fue dado de baja y se empleó en una empresa de perforaciones. Por esos años, conoció a Bárbara Jean, la mujer que se convertiría en su esposa y que le daría tres hijos.
Pero parecía que el gen de la pobreza se había transmitido de generación en generación: Billie no daba pie con bola en las finanzas y, para colmo, lo habían despedido de un par de trabajos en los últimos años y había tenido que resignarse a aceptar un puesto como repositor de artículos de electricidad en la firma Home Depot.
Así dadas las cosas, se le estaba haciendo cuesta arriba mantener a sus tres hijos adolescentes. Por eso, todos los miércoles y sábados tenía a esos chicos en mente cuando apelaba a la "diosa fortuna" jugando unos billetes a la lotería: usaba la secuencia de las fechas de su nacimiento para elegir los números (aunque, a veces, también dejaba que la computadora del estado hiciera su elección por él).
Una noche de junio de 1997, se sentó en el sillón de su modesto living y se dispuso a leer el diario. Lo que descubrió lo dejó mudo: uno por uno, los números del Lotto Texas coincidían con los que él tenía en el boleto que había jugado unos días antes. No eran los de los nacimientos de sus hijos, sino los de la selección aleatoria, que finalmente había dado sus frutos. Eso solo significaba una cosa: él y su esposa tenían el único boleto ganador para un premio mayor de US$31 millones.
Un mes después, llegó a Austin con un séquito que incluía a su familia, su ministro y sus abogados, para cobrar el primero de los 25 cheques anuales por 1,24 millones de dólares. Lo primero que hizo Harrell fue comprar un rancho, pero sus adquisiciones no se terminaron ahí: compró media docena de casas para él y para otros miembros de la familia. Además de hacer grandes contribuciones a su iglesia, él, su esposa y todos los chicos pasaron a tener autos nuevos.
A sus 47 años, Billie era un hombre millonario, que nunca más tendría que pasar privaciones. Estaba felizmente casado, podría darles la mejor educación a sus hijos y su mayor preocupación de ahora en más sería cómo disfrutar de la vida en su rancho preferido en Texas. Pero... siempre hay un "pincelazo" que lo arruina todo.
Resulta que pronto, mucha gente de su congregación se empezó a acercar con pedidos de dinero. Él, que era profundamente religioso y cumplía al pie de la letra los preceptos de su iglesia, no podía negarse a ayudar al prójimo. Así que su fortuna empezó a achicarse de un modo tan vertiginoso como preocupante.
A tal punto llegaron sus entregas de dinero a quiénes se lo solicitaban, que su proceder empezó a traerle problemas con su esposa, que le recriminaba que fuera tan bueno.
Luego de varias discusiones, el matrimonio se destruyó y Billie no solo perdió la mitad de lo que había ganado a manos de su esposa, sino que también perdió la tenencia de sus hijos.
De repente, se encontró totalmente solo y empezaron a invadir su mente temores sobre un posible regreso a la pobreza. Sumido en una profunda depresión, el 22 de mayo de 1999, solo 20 meses después de haber ganado la lotería, se encerró en una habitación en el piso superior de su elegante casa de Kingwood, en el noreste de Houston, y se suicidó, pegándose un tiro en el pecho con su escopeta.
Así se terminó la vida de un hombre que de la noche a la mañana se encontró con que era millonario, sin poder imaginar siquiera que esa misma suerte sería la que lo llevaría a la tumba. Poco antes de morir, le había dicho a su abogado: "Ganar la lotería fue lo peor que me pasó en la vida".